Me ocurre
últimamente que no sólo compro libros sin mirar el título, me basta con echar
un ojo a la contraportada, al primer párrafo o algunas frases al azar, sino que
avanzo en la lectura sin saber qué libro estoy leyendo. Con este me ha ocurrido
que hasta la página 23 no he sabido del título ni del autor, y sin embargo es
una de las mejores novelas que he leído, si es una novela. Sólo al buscar
crédito a lo que leía -¿será cierto lo que cuenta?- en la contra he dado con ellos.
Canción de tumba. Julián Herbert.
No me gusta
que los escritores me engañen escudándose en la máscara del narrador. Las dos
últimas líneas del libro dan fe de que J.H. no me ha engañado. El autor parece haber
compuesto el libro con las uñas, desgarrándose la piel o, en una imagen suya,
sacándose las tripas y arrojándolas fuera, pero también con la delectación del Hartista
que cree que la cosa le está saliendo bien. Nombra a Oscar Wilde más de una
vez, como si lo tomase como modelo, aunque va más lejos, también ésta es otra
época, la belleza desde el albañal. Entre la cultura del centro comercial, y en
esto parece que la referencia pueda ser Manuel Puig, y la cultura de pompa y
jabón de la que saca chirlas de brillo fugaz a lo Wilde. Entre San Juan de la Cruz y Lorenzo Santamaría, el
de “Para que no me olvides…” Ese es su juego y así lo aplica cuando lleva a su
personaje, es decir, a sí mismo, a Berlín con ocasión de una conferencia de
poetas latinos, donde el narrador programa con su mujer visitar los grandes
museos berlineses, pero a cada intento le asaltan las llamadas de la calle, o
cuando en La Habana
somete al mitificado cartón piedra de la Revolución a las burlas de un artista performer.
O cuando ve el hospital donde escribe con ojos afiebrados, o chutado, o cuando
cuenta sus experiencias amatorias.
De qué va
la novela, eso es otra cosa. Puede que los intereses del escritor no sean los
mismos que los del lector, o no todos. El escritor habla de su familia, de su
madre principalmente, una mujer que ha vivido de la prostitución y que ahora
agoniza de leucemia en un hospital, también habla de su padre, o de sus padres
para ser más preciso, de sus hermanos y hermanastros, de sus amigos, pero sobre
todo habla de sí mismo, el escritor se convierte en narrador para someterse a
análisis, se convierte en el protagonista del libro. Tres avatares de una misma
identidad, Julián Herbert, que como escritor se interroga sobre los que está
haciendo, consciente de que quiere escribir bien; como narrador selecciona
técnicas diferentes para hablar de cosas diferentes y de periodos de vida
diferentes y como protagonista exhibe una vida llena de angustia, “la única
emoción verdadera”, como no se cansa de repetir, pero también de vitalidad, un
personaje pletórico, que cómo el escritor, se entrega a la experimentación sin
descanso. Al lector, a mí, le interesa todo -como en el cerdo, en una novela
todo se aprovecha si está bien expuesto y divierte- lo que tenga que ver con el
cuento, la forma de contarlo y la historia. Menos, los porqués del proceder del
escritor, eso será cosa de psicoanalistas o de críticos literarios. La novela
me ha divertido, me ha embobado a ratos, me ha admirado su inventiva, me ha
hecho pensar que el español no está muerto, como podría uno pensar si sólo
leyese las novedades españolas del español, tanto las que se escriben buscando
grandes ventas como las que se arrinconan en el altar del culto. Ahí en la
frontera, entre el Norte y el Sur de América, parece que se esté incubando un
español renacido, sin miedo a romper las reglas para crear nuevas, a los
neologismos, a la invención, a los anglicismos, tomando del inglés no sólo
palabras, también la forma de construirlas o romperlas. Lo he visto en otros
autores latinos, cómo tantean, cómo describen una realidad que poco tiene que
ver con Europa, con el pasado, con la academia, poco a poco van afinando,
estableciendo un nuevo campo de juego. Julián Herbert –no lo conocía- para mi
gusto es el que va más allá, el que más acierta.
Es una novela posmoderna, chispeante,
escrita en un idioma mixto, híbrido, en el que a ratos me pierdo, porque hay
referencias a las que no llego, auque no se pierda el sentido general, con momentos
de gran narración, como cuando espía en la morgue del hospital donde oye a dos
personas fornicando, o eso cree, y habla después con alguien que recita una
escena de la Montaña Mágica.
En general es un seguido de impresiones o recuerdos descritos en presente pero
sin nostalgia, el peor de los sentimientos.

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