De creer a
los guías debería estar lloviendo, pero no ha caído una gota en toda la semana.
Nubarrones en el horizonte y unas gotitas en Riga pero nada más. En Helsinki el
sol pica hasta el punto de que hay que taparse para no enrojecer. Los naturales
del país están radiantes. El trayecto en barco desde Tallinn dura dos horas y
cuarto, pero es plácido por las tranquilas aguas del Báltico. A la ida se pasa
el tiempo con un opulento desayuno y después con la modorra de la primera hora. En
el barco atiborrado la gente se desparrama en cualquier rincón para dormir un
poco más. No sé si son rusos, finlandeses o estonios los que exhiben sin pudor
sus pies al aire, sus barrigas, sus ronquidos. Si todos los cruceros son así,
el espectáculo de la humanidad depuesta no incita a contratar ese tipo de
vacaciones que consiste en comer, beber y derramarse en cualquier rincón. La
elegancia, el decoro, el respeto por el desconocido, la autoestima no son
conceptos en vigor en este tipo de viajes.
En el
perfil de la ciudad vista desde cualquier parte destacan las siluetas macizas
de las dos catedrales, la luterana y la ortodoxa, ambas en lo alto de livianas
colinas. Auque es la luterana la que preside el centro simbólico y geográfico
de la ciudad, la plaza del senado, y para acceder a ella hay que ascender por
empinados peldaños. Es un edificio neoclásico de planta de cruz griega que deja
bastante frío al visitante. Los guías se empeñan en que la ciudad tiene más
cosas. Por ejemplo la iglesia ecuménica de la roca, una iglesia de planta
circular, de piedra y metal, muy kitsch, que suele encantar a los turistas
desprevenidos porque un pianista elabora músicas suaves y envolventes. Así como
la obvia escultura de tubos orgánicos dedicada al compositor nacional. También
hay casas modernistas como en Riga, pero tampoco son muy originales. Quizá
deberían poner más empeño en mostrar los edificios de sus dos arquitectos tan
famosos como antitéticos: la modernista estación central de Saarinen y la
racionalista universidad politécnica de Alvar Aalto.
Merece una
pausada visita la fortaleza de Suomenlinna o Sveaborg en una isla, a media hora
de la ciudad en barco, que ha sido una fortaleza natural para defender la
entrada inamistosa por mar. Siguiendo las pautas del ingeniero militar francés
del XVII, Vauban, está llena de baluartes y cañones, construida por los suecos frente al
avance ruso no impidió sin embargo su conquista en 1809.
Como en
todas las ciudades hay restaurantes baratos y caros. Una buena opción es
dejarse caer por el puerto y atreverse con uno de los platos de pescado frito
que ofrecen: boquerones, calamares, sepia, lubinas. No son baratos pero si el día es
soleado ofrecen la nota de color y exotismo que todo el mundo espera al visitar
una ciudad. Para el café, la cafetería judía que está al final del paseo de la Explanade y al comienzo
del mercado en el andén del puerto.

No hay comentarios:
Publicar un comentario