El guía no
tiene acento, su español fluye con la regularidad de quien ha bebido la leche
del idioma. Su léxico es preciso, amplio, rico. Aunque el estonio usa mucho las
vocales y en cierto modo, como el finlandés, tiene una resonancia parecida a la del castellano, este hombre no es de aquí. Sin embargo, trasmite el orgullo
nuevo de un pequeño país desde hace poco independiente, socio de la Unión Europea y del área del
Euro. Muchos estonios no están por la labor de ponérselo fácil a España y su
necesidad financiera. El Parlamento se reúne de urgencia para tratar el asunto,
algunos se han manifestado en la calle, aunque como país pequeño seguirá las
directrices alemanas, en especial, las de su Tribunal Supremo. Alguien se
atreve y le pregunta de dónde viene tanta fluidez: el guía ha de reconocer que
es cubano, cubano estonio, casado con una estonia y con dos hijos.
Además de
labia el guía tiene prisa. Vemos desde el bus los antiguos barrios industriales
transformados en barrios de ciudad moderna: mucho cristal en formas geométricas,
además de las huellas de la larga dominación rusa y soviética: de la primera,
el barrio de Kadriorg con el Palacio de
Invierno del zar –hoy sede de la Presidencia- y los jardines, de la segunda,
pabellones y viviendas que repiten el esquema visto en otros países del este,
aunque sometidos a una capa de pintura y ornamentación moderna. Barrios donde
vive la importante minoría rusa -36 % población- sobre cuyo problema, de
estabilidad e identidad, pasa el guía como sobre ascuas. Incluso exhibe ruinas:
un antiguo monasterio de Santa Brígida, Pirita en estonio, barrio deportivo y
verde que ahora, en verano acoge un festival de tronío.
A pie, más tarde ascendemos por la ciudad vieja al Parlamento, el edificio de gobierno y la catedral de Alexander Nevski, construida muy a finales del XIX, con sus ortodoxas cúpulas de cebolla y sus níveas paredes, para acabar en breve recorrido, bajando por la Pierna Larga, que es el nombre de la calle que va del castillo a la plaza del ayuntamiento y el interior de la ciudad amurallada, obra de los mercaderes alemanes dela Hansa. Tallinn
era la ciudad más al norte de la liga.
A pie, más tarde ascendemos por la ciudad vieja al Parlamento, el edificio de gobierno y la catedral de Alexander Nevski, construida muy a finales del XIX, con sus ortodoxas cúpulas de cebolla y sus níveas paredes, para acabar en breve recorrido, bajando por la Pierna Larga, que es el nombre de la calle que va del castillo a la plaza del ayuntamiento y el interior de la ciudad amurallada, obra de los mercaderes alemanes de
Como el
guía tiene su tiempo tasado tendremos que buscar por nuestra cuenta los
rincones de esta interesante ciudad, la más bonita de las bálticas, desde mi punto de vista. La muralla
bien conservada, sus puertas y torreones, pasadizos y adarves y el abigarrado
caserío que conserva palacios gremiales, como el de la hermandad de los cabezas
negras, gremio de los mercaderes solteros, una farmacia que se dice la más
antigua del mundo, las iglesias de San Nicolás –ortodoxa-, la gótica del XIII del
Espíritu Santo y la de San Olaf -luterana-, cuya torre, hoy de 123 metros de
altura –tres veces derribada por incendios y tres veces restaurada-, ofrece una
inmejorable visión de la ciudad, su muralla y los cruceros que llegan por el
Báltico.
De la época
de dominación soviética se cuentan muchas leyendas, que la torre de San Olaf
servía de vigilancia, que diplomáticos y hombres de negocios que paraban en el
Hotel Viru –donde estamos instalados y en cuya planta última hay un museo
dedicado al tema-, eran espiados, sobornados, chantajeados con buenas o malas artes. Hay que pedir habitación por encima de la novena
planta con vistas al Báltico para gozar de las torres de la ciudad y de la
llegada de los cruceros.
Como en
cualquier ciudad los mayores tesoros se descubren caminando con
despreocupación, dejándote asaltar por la sorpresa: pequeños jardines
escondidos junto a la muralla, la casa donde vivió Dostoievski o el ajedrecista
Paul Keres, un bautizo múltiple de criaturas ortodoxas, con sus mesas llenas de
pastelitos y frutas, o la sucesión de torreones, 26 de los 46 iniciales, que
salpican la muralla, y puertas con curiosos nombres como Margarita la Gorda o la de la Cocina , con muros de cuatro
metros de espesor y 38 de altura.
Tallinn es
ciudad de rica gastronomía que requiere una cartera abultada, aunque con buena
información se encuentran sitios buenos, bonitos y baratos como F Hone,
un restaurante que ha adaptado un antiguo pabellón de componentes informáticos
-¡hasta la informática tiene ya su arqueología industrial!-, aunque todo el
barrio conserva el viejo aire soviético. Se llega a él desde la estación
ferroviaria, por una vía abandonada con la hierba crecida, en medio de un viejo
barrio industrial dedicado a usos alternativos.
Mi última imagen báltica. Justo en frente del Hotel Viru,
cruzando la calle, hay otro barrio renovado con mucho cristal y diseño, en el
centro de la plaza hay un restaurante (segunda foto) que hace unos clamares rebozados en tiras
gruesas, con un hilillo de miel, que están para chuparse los dedos. Allí donde
fueres haz lo que vieres: es lo que hicimos pedir lo que había en el resto de las mesas. Aún tengo en la boca el regusto agrio y dulce de esos
calamares con la dorada cerveza estonia, como no he saboreado en tierra de
calamares fritos como es España.

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