Esta peli noruega
podría haber sido algo más que un triller resultón si los guionistas hubiesen
trabado con más esmero los hilos argumentales. No sé si son fieles a la novela
de Jo Nesbø, que tiene buena fama entre los lectores de novela negra, pero lo
que se presenta ante nuestros ojos es una promesa truncada. Porque el
protagonista, Roger, aparece al
principio con muchas características que lo asemejan al Tom Ripley de las
novelas de Patricia Highsmith, un inmoralista dispuesto a robar y traficar con
el arte con tal de conseguir dinero, aunque en principio no está preparado para
ir tan lejos como Ripley. Roger compagina su vida de cazatalentos con el asalto
de casas de vecinos descuidados con sus joyas artísticas. Roger tiene que
compensar su escasa altura, 1,68, con el ingenio del ratero para camelar a su
explosiva esposa, una rubia vikinga que parece exigir una vida por encima de
las posibilidades que Roger le ofrece: una casa de treinta millones, joyas.
Como en todo este tipo de películas hay un momento que
desata la acción: Roger conoce a un holandés, candidato para la dirección de la
empresa de Roger y al mismo tiempo dueño de una obra de Rubens que puede valer
una pasta. El holandés es alto y guapo, enloquece a las mujeres, pero también
es un ex soldado que conoce las técnicas de rastreo. Roger se verá atrapado
entre el miedo a perder a su mujer, la codicia del Rubens que de un golpe
resolvería todos sus problemas y el miedo a enfrentarse al holandés. La acción
está servida. La trama envuelve a varios personajes, hombres, mujeres, policías
y el ingenio de Roger para salir de situaciones imposibles.
Ya digo que
el comienzo promete mucho, pero luego la cosa se va diluyendo un poco, porque
los autores no han creído en su personaje. El predibujado Roger no es un
inmoral sino un pillo que lucha por su supervivencia a mamporros y tiros. El
defecto más grave, como en la mayoría de los thrillers, es el intento de
sorprender una y otra vez al espectador con giros imprevistos, el doble juego
de algunos personajes, la sorpresa detrás de la esquina. Efectismos cansinos que ya se
han olvidado cuando aparecen los títulos de crédito. Es decir, mucha acción y
ninguna profundidad. Entretenida para quien busque un rato de frescor en la
sala en este caluroso agosto.


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