Los
caballeros teutones están en la boca de todos los guías. Aquellos aguerridos
caballeros medievales salieron de Germania para cristianizar Europa del este y
su huella ha quedado en esos países: en las fortalezas de ladrillo rojo y
gruesos torreones que aparecen aquí y allá y en la mitología nacional pues
estos países se construyeron sobre la derrota de los alemanes. Así por ejemplo
en el castillo de la isla de Trakai a pocos kilómetros de Vilnius. La
excursión merece la pena no tanto por el castillo, en ruinas durante muchos
siglos, y reconstruido sólo en el siglo
veinte, durante la dominación soviética, entre 1950 y 1987, sino por el hermoso
paisaje lacustre.
El castillo se encuentra en medio del lago Galvè y se accede
a él por medio de un puente de madera. Tiene ese aire de cartón piedra del que
adolecen la mayoría de las restauraciones que quieren devolver al paisaje lo
perdido durante la guerra. Más que el interior del castillo y su arquitectura
recreativa -incluidos instrumentos de tortura y demás parafernalia medieval- interesa
dar un paseo alrededor de su muralla, contemplar en el lago los reflejos de la
vegetación y del sol declinante, si se visita al atardecer que es lo
aconsejable. En una fortaleza como esta, la de Malbork, en Polonia, supe que
una mujer me amaba, yo también la amé, pasó el tiempo y se perdió la magia.
Lituania
fue el último pueblo en cristianizarse, será por eso que de todos los
orientales, junto a Polonia, es el más aguerridamente católico. Fue, sin embargo,
en la batalla de Grünwald, en 1410, el centro de la mitología nacional
lituana –también de la polaca-, donde se acabó el poderío de los teutones,
quienes les habían cristianizado. Los lituanos la conocen como Zalgiris, de ahí
el nombre del famoso equipo de básquet del que procedía Arvidas Sabonis. El
otro nombre sagrado para los lituanos es Vytautas, el duque que en colaboración
con los polacos logró derrotar a los caballeros teutones y fundar la nación
lituana. En Kaunas apenas queda la mitad de la fortaleza que fue
destruida durante esa guerra medieval. Es la segunda ciudad de Lituania, un
lugar con potencial turístico por la confluencia de dos ríos, el Nemunas y el
Neris, que viene desde Vilnius, y por su importancia histórica pues por ella
pasaron todos los invasores: rusos, suecos, franceses de Napoleón, nazis y
soviéticos. El símbolo de la ciudad en la hermosa torre del ayuntamiento
conocida como el Cisne Blanco.
Kaunas
tiene un casco viejo lleno de iglesias destruidas y restauradas y una parte
moderna y museos donde cuidan su mitología.
Ya estamos
en Letonia. Rundale, un pequeño Versalles, en medio de la campiña.
Construido por el arquitecto italiano Francesco Rastrelli, el mismo que diseñó
el Palacio de Invierno -L’Ermitage- de San Petersburgo, en estilo barroco e
interiores rococó, para el ruso Ernest Johann Biron, duque de Curlandia y
amante de la emperatriz Ivanovna.
Ante una obra como esta cabe disfrutar con
brevedad de su belleza y equilibrio, de sus interiores decorados con gusto
exquisito -pinturas, espejos, estucos, mobiliario, la luz del atardecer en la madera barnizada-, de sus jardines a la francesa o preguntarse qué sistema político
permitió esta ostentación y a cuenta de qué sacrificios.
Sólo una selectísima minoría pudo disfrutar y aún disfruta de estos deliciosos lugares levantados con el sudor de muchos. Los rusos no han
cambiado y aún hoy vemos a sus magnates rodeados de lujo y opulencia y a los
simples mortales llenos de estupor.








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