viernes, 17 de agosto de 2012

Los nombres del amor


            
            Esta comedia francesa, Le nom des gens, juega con las identidades cruzadas de la gran ciudad, judíos y musulmanes, inmigrantes y naturales, también con las morales antitéticas, promiscuos y monógamos, cumplidores con la ley y rebeldes, con las personalidades crecidas en ambientes culturales diversos, culpables o desinhibidas, silenciosas o extrovertidas. Para que la cosa sea divertida  la peli pone en contacto a dos personajes  que ocupan el extremo de esas escalas, un veterinario ocupado en el análisis de animales muertos afectados por la gripe aviar, tímido y lleno de complejos, y una chica que resuelve una mala experiencia infantil con un falso profesor de música con una promiscuidad sexual muy peculiar, coqueta y provocadora, se acuesta con hombres fachas para mediante el sexo llevarlos al buen camino. Él, Arthur Martin, uno de los nombres más comunes de Francia, está constreñido por el silencio impuesto por sus padres judíos a un pasado familiar, abuelos conducidos a Auschwitz, que se convierte en tabú; ella, Baya Benmahmoud, de vida acelerada, viene de una madre hippie francesa y de un padre argelino pobre y entregado al trabajo. Parece inverosímil que dos personalidades tan diferentes se encuentren, la película no sólo lo hace, sino que en los títulos de crédito finales el director y la guionista, Michel Leclerc, Baya Kasmi, nos aseguran que lo que nos cuentan es lo que a ellos les pasó. Y para corroborarlo cantan una preciosa canción a dúo.

            El guión juega también con los asuntos de la corrección política, vista desde la izquierda, fachas y progres, sexo y culpa, leyes y tabúes, inmigración, el colonialismo en Argelia, el silencio de la sociedad francesa tras la colaboración con los nazis. El humor es un reconocible humor francés cuyo modelo es Amelie, por ejemplo, el coleccionismo de artilugios novedosos que enseguida se vuelven obsoletos, el descuido de la protagonista, siempre agitada, que la lleva a situaciones chuscas como caminar desnuda por la calle, o la afición imposible de él por un político perdedor como Lionel Jospin, que hace un cameo. También es muy francés la inclusión en el encuadre de los personajes maduros conversando con su versión infantil o con sus antepasados muertos; a ratos resulta divertido, pero no tanto.

            La peli es muy dinámica, llena de gags, a veces aquejada del atolondramiento en el que vive la protagonista. Los actores están muy bien, pero tienen un problema, se besan mucho en la boca y está claro que a Baya Benmahmoud no le gusta besar a Arthur Martin, es decir, Sara Forestier no puede con Jacques Gamblin, algo que se nota demasiado. No hay química

            Supongo que nadie tomará por crítica al sistema o a la sociedad burguesa el jiji jaja que se traen los guionistas sobre los grandes temas de debate social. En las comedias sólo se trata de reír, la verdadera capacidad crítica no alcanza un arañazo. Así que no sería sorprendente si pronto vemos un remake hollywoodiense.

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