jueves, 9 de agosto de 2012

Andrei Zvyagintsev II: Izgnanie, (El destierro)



            Zvyagintsev sigue dando vueltas en torno a la familia, aquí, en Izgnanie, que podría traducirse como el exilio o el destierro, a la relación entre la pareja. Qué queda después del encontronazo del amor, cuando este se extingue. Quedan los hijos habidos, que creen ver lo que no existe y llevan a la confusión, y la familia antigua, natural, de la que se procede. El cónyuge, en ese ambiente de fuertes lazos sanguíneos, es un intruso o intrusa. ¿Qué ocurre, cuando las brasas ya son ceniza, si sobreviene otro hijo? Ella, Vera, es una mujer valiente, aunque también podría verse como osada o imprudente; él, Alex, un hombre dubitativo, aunque también podría verse como atrapado por la tradición o por el carácter heredado. En medio, los dos niños de la pareja y un hermano de Álex, Mark, que presumimos violento –en la hermosísima primera secuencia llega a casa del hermano con una bala en el brazo. Cuando, después de un largo viaje, la familia se destierre a su nuevo hogar, lejos, en la provincia rusa, de donde viene la familia de Alex, Vera le dice que espera otro hijo, pero que no es suyo. Alex reacciona mal, le da un puñetazo, acude a su hermano, Mark, en busca de ayuda: la obligan a abortar en malas condiciones.

            Los escenarios son hermosísimos, con una fotografía y encuadres deslumbrantes, con citas de los grandes maestros –cineastas, pintores- de los setenta y ochenta, aunque quizá peque de exceso, demasiados cuadros. El ritmo lento, al estilo ruso, reposado, esperando que la lentitud añada un plus a la comprensión del drama, también la música, puntuando de tanto en tanto una escena o unas palabras. Los personajes no son locuaces, se expresan con rostros excesivamente gélidos, sobre todo en el caso de los dos protagonistas, tanto que a veces resultan inexpresivos. La peli tiende hacia el minimalismo, sin embargo la tensión no cede, no se hacen largos los 150 minutos del metraje.

            Zvyagintsev intenta transmitir sensaciones a través de todos los sentidos: la hierba mecida por el viento se ve y se oye, cuando está verde, al comienzo, y cuando todo ha acabado, seca y cortada, agavillada por una campesina; la casa donde la familia se retira huele como el tío Mark, dice el niño; los personajes aparecen recortados en profundos paisajes, ásperos, perdidos, solitarios, o enmarcados en puertas, en espejos, detrás de las ventanas, con el viento o la lluvia cayendo sobre ellos, haciendo brillar la carretera, o acompañados por el ruido de la tormenta que se acerca. Todos los sentidos están presentes menos el tacto, nadie se toca ni se besa. No se hablan, no se cuentan cosas, lo que da lugar a malentendidos, sentimientos que se pudren como flores que se mustian y huelen. El destierro de que habla el título es el exilio interior, la soledad cuando los lazos con quienes hemos querido se rompen.

           La peli es una adaptación libre de The Laughing Matter, una novela de 1953 de William Saroyan. Zvyagintsev intenta conferir un tono de tragedia clásica pero el esteticismo, la belleza formal, operística, le puede de tal modo que a veces se ve como una peli algo artificiosa, hueca, algo pedante en las citas de otros autores o en la creencia de estar haciendo una obra maestra. A ello contribuye el ritmo lento, que para algunos podría parecer exasperante, pero que es el medio de que se vale Zvyagintsev para mostrar los sentimientos de los personajes. El minimalismo queda reforzdo por la cuidada planificación, por la música de Arvo Part, por los hermosos paisajes, una expresividad llevada al extremo de la concisión. A pesar de ello es imposible no estar atento y tenso durante los 150 minutos de proyección. 

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