Los
personajes de esta peli no paran quietos, siempre yendo de un lado para otro,
caminan por los parques, por las calles, abren puertas, entran, salen, un
continuo ir y venir. Apenas una pausa, tendidos en la cama, para recrearse en
las penas. Son jóvenes cuando aparecen ante el espectador, quince años Camille,
y 19 Sullivan, y lo siguen siendo al final de la peli, ocho años más tarde, con
el mismo rostro, sin una arruga de más, cuando deciden no verse más.
Podría
pensarse que lo que pretende la directora es mostrarnos una franja de vida, la
de dos posadolescentes a los que no se les acaba nunca la pasión, después de algunas
vicisitudes, pero suceden tan pocas cosas, se ofrecen tan pocos motivos que no
resulta creíble. Entre el principio del enamoramiento y el final, en que
aseguran quererse mucho pero tienen que dejar de verse, suceden unas pocas
cosas, Sullivan se va a Sudamérica, ya se sabe, tierra de compromiso, Camilla estudia
arquitectura y conoce a un profesor con el que se enrolla, relación en la que
no aparece ni un gramo de sensualidad, Sullivan y Camilla se vuelven a
encontrar, dicen quererse mucho y ya está.
Se agradece
la falta de retórica, la sencillez expositiva. La peli tiene un aire nouvelle vague, aunque sin sustancia, al
menos así me lo ha parecido a mí, que he mirado continuamente al reloj, durante
el largo metraje, para ver si acababa de una vez. Aunque no se recrea en exceso
en el esteticismo, a veces, parece una de esas colecciones de postales con
florecitas, corazones rosa, paisajes verdes y cabelleras al viento que tanto
gustan a los adolescentes. En cuanto a los actores, aparte de mostrarse, de
exhibir su juventud, no hay nada que haga reparar e ellos.
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