viernes, 25 de mayo de 2012

Tarquinio y la Sibila



              Clase de historia. A los romanos les gustaban las adivinaciones. Los augurios. No emprendían ninguna aventura sin consultarlos. La Sibila se presentó un día ante Tarquinio. Tarquinio, sí, pero qué Tarquinio, hubo varios. Vayamos a la Wikipedia. En esta ocasión no nos sirve. No fue Tarquinio el Soberbio, sino su antepasado Tarquinio Prisco el que recibió la visita de la Sibila.
La sibila llegó con un baúl y lo depositó a sus pies.
- Aquí tienes mis nueve libros de adivinación -le dijo-, dame trescientas piezas de oro por ellos.
El rey sorprendido, la miró de arriba abajo y respondió en latín peninsular:
- "Ves-t'en a pastar fang, no veus que estic fent la migdiada", que traducido al latín macarrónico quería decir: "Vete al río y tráeme unas lombrices que después de la siesta quiero ir a pescar".

             La Sibila levantó el mentón, luego separó tres rollos del baúl y los puso a los pies del rey, abrió una cajita metálica y sacó una brasa y la arrojó sobre los rollos de papiro. Al instante se perdieron los tres libros.
La Sibila hierática y huesuda como era le dijo:
- En el baúl quedan seis libros, si los quieres dame trescientas piezas de oro.
Tarquinio, enderezándose en su triclinio, miró en dirección a su consejero y le dijo:
- Esta tía está loca de atar, oyes lo que estoy oyendo.

           La sibila levantó el mentón, apartó tres rollos del baúl, los pueso en el suelo, abrió la cajita metálica y arrojó la brasa sobre los tres libros.
- Ya sólo quedan tres. Si los queréis me habéis de pagar trescientas piezas de oro.

          Tarquinio pagó por fin. Esos tres libros que quedaron eran los que consultaban los romanos, por lo que, como les faltaba mucha información, perdieron unas cuantas batallas y, después de algunos siglos, el imperio.

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