Del mismo
modo que el enamoramiento incendia el espíritu, lo llena de energía inagotable,
ampliando el campo de visión, viendo soluciones creativas por doquier, la
deflagración amorosa agota la energía y consume los recursos hasta convertir la
mente en un campo de cenizas, donde se funden las respuestas a preguntas que
difícilmente emergen con claridad. Deambular por el rastrojo quemado impregna
las botas, los pantalones, las manos que palpan con temblor y manchan la cara
cuando para aquietar la angustia se llevan los dedos al entrecejo o a las
sienes para alisar los nervios. Convivir con la persona a la que has amado pero
en cuyo rostro y maneras se adivina un asomo de odio es la peor de las
opciones, pero quien se siente injustamente desechado no está en las mejores
condiciones para levantar la espada como Alejandro y destrozar el nudo de un
solo tajo. Cegado como está sus pies se anudan al cambiar de dirección una y
otra vez y cae sobre el campo sucio y negro y se levanta buscando la luz que le
devuelva la paz.
viernes, 25 de mayo de 2012
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