
En la presentación en una librería céntrica, Fermín Herrero dice
que su libro trata de la verdad, se le ocurrió que así era cuando una periodista,
una periodista con un micrófono en la mano, le preguntó de qué iba el libro. Afirma
Fermín que la verdad es insoportable, que lo único que no es decible, creí
entender que decía, es lo verdadero. Fermín confesó que lleva veinticuatro
años con su mujer, quizá por eso dijo que el poema de amor que se puso a leer
delante de los concurrentes no le gustaba. El presentador, y él mismo,
sostuvieron que el libro era árido, metafísico, pero a mí los poemas que escuché
no me lo parecieron. Se oía el silencio del amanecer escarchando en los almendros
recién florecidos. Confesó también que se puso un decálogo mientras escribía el
libro, un libro trabado donde ningún poema se escapaba por los cerros. Me gustó
oírle decir: “Sitúate siempre por debajo del poema y de lo que dice el poema”. Me
gustaría graparme el lema en el trasero porque, como es evidente, no soy capaz
de hacerme desaparecer en lo que voy escribiendo.
Fue una presentación redonda, Fermín tiene tablas y leyó lo
justo, redonda si no se hubiese adornado con una referencia torpe, una alusión
a la poesía, a Auschwitz y a Adorno. Aquel absceso lo sajamos de raíz, fue un
triunfo, hay que cantarlo una y otra vez. Torpe adorno.
Hubo otra cosa que me gustó, ahora que caigo, aunque no sé si
cae del lado verdadero, dijo que tenemos un paisaje, aquel que de niños vemos
cada día, el árbol, la encina, la acacia, al andar a la escuela, y una fe, la
creencia de cada niño, es lo que los poetas quieren mantener, sin conseguirlo.
Fermín Herrero,
Tempero. Se lo edita Hiperion. Le han concedido el premio Alfons el Magnanim.
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