
Dónde se
están produciendo los cambios. De creer a Mark Stevenson y su Un viaje
optimista por el futuro, hasta la propia muerte está en cuestión -¿se puede
eliminar el límite a la duplicación de las células, “límite de Hayklick”, solventando
el problema de la telomerasa, reiniciarlas para que comience un ciclo nuevo una y otra vez?-, hay científicos que aseguran que a no tardar podremos vivir mil años;
estamos cerca de controlar el código de la vida –no sólo hemos descifrado el
genoma humano, el genoma personal se ha abaratado tanto que cualquiera puede
pedirlo al laboratorio-, de producir vida artificial mediante la biología sintética, podemos subsanar defectos genéticos, potenciar capacidades innatas;
podemos mediante nanofábricas –la nanotecnología es el gran hallazgo del siglo
XX- manipular la materia a nivel molecular; ya no nos sorprende nuestra
capacidad continuamente duplicada de almacenar información, de agregarla a
dispositivos cada vez más pequeños, más ubicuos, más resolutivos; estamos a
punto de fundir nuestras mentes – el hombre biónico ya está aquí- con ingenios
técnicos más poderosos que nosotros; si el calentamiento global es una amenaza,
tenemos la tecnología no sólo para conjurarlo–atrapar el co2 del
aire, fijar el carbono al suelo- sino para solucionar el problema energético -combustibles
a partir del aire y de la luz solar o de bacterias modificadas- si existe la
voluntad política y empresarial para dar el paso. O al menos ese es el mundo maravilloso que nos presenta Stevenson.
Pronto
superaremos las barreras de nuestra biología, nos fusionaremos con la
tecnología de modo que pasaremos a ser poshumanos, seremos una nueva especie
con posibilidades difíciles de imaginar. Según Ray Kurzweil, estamos cerca de
una nueva época, La
Singularidad , “un periodo en el que el ritmo del cambio
tecnológico será tan rápido, su impacto tan profundo, que la vida humana se
transformará irreversiblemente”. Kurzweil ha formulado la ley de
rendimientos acelerados. Eso lo hemos visto en la potencia de la tecnología
de la información, potencia que se trasmite a otras áreas, ayudándolas a
procesar más datos, a encontrar conocimiento nuevos, a construir nuevas herramientas,
más baratas y de forma más rápida, que aceleran la siguiente etapa, por ejemplo
en nanotecnología o biotecnología, que han permitido el desplome del coste de
secuenciar el genoma o el del coste por vatio de la energía solar, diseñar nuevos
materiales, ir hacia lo más profundo en la célula y la materia y más lejos en
el cosmos.
Stevenson
recorre laboratorios, institutos universitarios, despachos de emprendedores,
talleres o complejos industriales allí donde está entrando el futuro. Qué hace
falta para dar el salto, para poner en práctica todas esas tecnologías. Quizá
que suceda lo que en Londres en 1858, un gran hedor que impregnó la ciudad de
forma tan insoportable que el Parlamento se vio obligado a decidir que había
que construir una red de alcantarillado, aunque hoy como ayer haya gente que
critique dicha inversión como “absurda y ridícula”.
¿A dónde
nos lleva todo esto?, ¿sirven las actuales instituciones?, ¿estamos preparados
para cambios de tal magnitud? Nuestro pensamiento es lineal, pero los cambios
son exponenciales, ¿somos capaces de procesarlos? Llega el momento en que las
máquinas procesan tal cantidad de datos que pueden encontrar leyes que un
científico no podría encontrar por su cuenta. El problema es encontrar sentido
a todo eso. ¿Cómo? Con “la disposición inquisitiva”, según la formulación
de John Seely Brown, el mejor modo de situarse en el mundo y enfrentarse a los
cambios exponenciales es haciendo preguntas. Es lo que hace Chris Anderson con
sus conferencias TED (Technology, Entertainment, Design), difundir nuevas ideas
preguntando a quien puede responder, dándole un tiempo breve para la respuesta,
18 minutos. Llega el momento que lo importante no es acumular dinero sino
disponer de las mejores ideas, eso es lo que quiere trasmitir el optimista
Stevenson en su libro, tan sugerente como fácil de leer.
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