miércoles, 25 de enero de 2012

Mark Stevenson, Un viaje optimista por el futuro


             El mundo está cambiando, lo estamos viendo ante nuestros ojos, aunque no sabemos la profundidad del cambio. Hay cambios de superficie que aceptamos sin más porque son extensiones tecnológicas de nuestros sentidos, novedades que se van sumando y cuyo efecto social o psicológico no nos detenemos a pensar porque nos llega incorporado con el nuevo cacharro. Pero hay otros que se producen fuera de nuestro alcance, que hemos oído de ellos, pero que los vemos como algo remoto, formando parte de un futuro incrustado en algún aspecto de lo real que no concierne a nuestra vida cotidiana hasta que vamos por necesidad a una consulta especializada. Los grandes hallazgos de laboratorio de los que nos informan los periódicos, de los que sabemos por la concesión de un premio nóbel nos aparecen con una consistencia parecida a la de los artilugios de las novelas o las pelis de ciencia ficción.

            Dónde se están produciendo los cambios. De creer a Mark Stevenson y su Un viaje optimista por el futuro, hasta la propia muerte está en cuestión -¿se puede eliminar el límite a la duplicación de las células, “límite de Hayklick”, solventando el problema de la telomerasa, reiniciarlas para que comience un ciclo nuevo una y otra vez?-, hay científicos que aseguran que a no tardar podremos vivir mil años; estamos cerca de controlar el código de la vida –no sólo hemos descifrado el genoma humano, el genoma personal se ha abaratado tanto que cualquiera puede pedirlo al laboratorio-, de producir vida artificial mediante la biología sintética, podemos subsanar defectos genéticos, potenciar capacidades innatas; podemos mediante nanofábricas –la nanotecnología es el gran hallazgo del siglo XX- manipular la materia a nivel molecular; ya no nos sorprende nuestra capacidad continuamente duplicada de almacenar información, de agregarla a dispositivos cada vez más pequeños, más ubicuos, más resolutivos; estamos a punto de fundir nuestras mentes – el hombre biónico ya está aquí- con ingenios técnicos más poderosos que nosotros; si el calentamiento global es una amenaza, tenemos la tecnología no sólo para conjurarlo–atrapar el co2 del aire, fijar el carbono al suelo- sino para solucionar el problema energético -combustibles a partir del aire y de la luz solar o de bacterias modificadas- si existe la voluntad política y empresarial para dar el paso. O al menos ese es el mundo maravilloso que nos presenta Stevenson.

            Pronto superaremos las barreras de nuestra biología, nos fusionaremos con la tecnología de modo que pasaremos a ser poshumanos, seremos una nueva especie con posibilidades difíciles de imaginar. Según Ray Kurzweil, estamos cerca de una nueva época, La Singularidad, “un periodo en el que el ritmo del cambio tecnológico será tan rápido, su impacto tan profundo, que la vida humana se transformará irreversiblemente”. Kurzweil ha formulado la ley de rendimientos acelerados. Eso lo hemos visto en la potencia de la tecnología de la información, potencia que se trasmite a otras áreas, ayudándolas a procesar más datos, a encontrar conocimiento nuevos, a construir nuevas herramientas, más baratas y de forma más rápida, que aceleran la siguiente etapa, por ejemplo en nanotecnología o biotecnología, que han permitido el desplome del coste de secuenciar el genoma o el del coste por vatio de la energía solar, diseñar nuevos materiales, ir hacia lo más profundo en la célula y la materia y más lejos en el cosmos.

            Stevenson recorre laboratorios, institutos universitarios, despachos de emprendedores, talleres o complejos industriales allí donde está entrando el futuro. Qué hace falta para dar el salto, para poner en práctica todas esas tecnologías. Quizá que suceda lo que en Londres en 1858, un gran hedor que impregnó la ciudad de forma tan insoportable que el Parlamento se vio obligado a decidir que había que construir una red de alcantarillado, aunque hoy como ayer haya gente que critique dicha inversión como “absurda y ridícula”.

            ¿A dónde nos lleva todo esto?, ¿sirven las actuales instituciones?, ¿estamos preparados para cambios de tal magnitud? Nuestro pensamiento es lineal, pero los cambios son exponenciales, ¿somos capaces de procesarlos? Llega el momento en que las máquinas procesan tal cantidad de datos que pueden encontrar leyes que un científico no podría encontrar por su cuenta. El problema es encontrar sentido a todo eso. ¿Cómo? Con “la disposición inquisitiva”, según la formulación de John Seely Brown, el mejor modo de situarse en el mundo y enfrentarse a los cambios exponenciales es haciendo preguntas. Es lo que hace Chris Anderson con sus conferencias TED (Technology, Entertainment, Design), difundir nuevas ideas preguntando a quien puede responder, dándole un tiempo breve para la respuesta, 18 minutos. Llega el momento que lo importante no es acumular dinero sino disponer de las mejores ideas, eso es lo que quiere trasmitir el optimista Stevenson en su libro, tan sugerente como fácil de leer.

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