Cada etapa en la vida de Jean François Revel, convertida en experiencia vital, terminó en libro, así ocurrió con sus estancias en México y en Florencia, o sus etapas en los distintos medios periodísticos. Los libros que más polémica generaron fueron: ¿Para qué sirven los filósofos? 1957; La tentación totalitaria, de 1976, donde defendía esta tesis: el principal obstáculo para el triunfo del socialismo no era el capitalismo sino el comunismo; en Ni Marx ni Jesús, de 1970, sostenía que las rebeliones sociales más significativas en el mundo contemporáneo se habían producido al margen de los partidos de izquierda y no en los países socialistas sino en los capitalistas; hablaba por ejemplo del movimiento juvenil, de las mujeres, de las minorías raciales, sexuales o culturales. El más pesimista de sus libros es Cómo terminan las democracias (1983) donde defendía que las democracias han sido un breve paréntesis en la evolución de la humanidad y que volveríamos al despotismo que ha acompañado a los hombres a lo largo de la historia. En El conocimiento inútil, de 1988, sostenía la tesis de que no es la verdad, sino la mentira la fuerza que mueve la sociedad; las decisiones políticas, en general, están orientas no por la razón sino por el prejuicio, la pasión o el instinto. Revel carga especialmente contra los intelectuales a los que acusaba de ser los más nocivos adversarios de la sociedad abierta.
“La gran desgracia del siglo XX es haber sido aquel en que el ideal de la libertad fue puesto al servicio de la tiranía, el ideal de la igualdad al servicio de los privilegiados y todas las aspiraciones, todas las fuerzas sociales reunidas originalmente bajo el vocablo de ‘izquierda’, embridadas al servicio del empobrecimiento y la servidumbre. Esta inmensa impostura ha falsificado todo el siglo, en parte por culpa de sus más grandes intelectuales. Ella ha corrompido hasta en sus menores detalles el lenguaje y la acción política, invertido el sentido de la moral y entronizado la mentira al servicio del pensamiento”.
A lo largo
del grueso libro de Memorias, cuenta Revel multitud de anécdotas, bosquejos y semblanzas de los
personajes que conoció, algunas amables, otras duras o hirientes: Raymond Aron,
De Gaulle, Giscard, Mitterrand, Gurdjieff, Jimmy Goldsmith, el propietario de L’Express,
Lacan. He aquí una muestra:
Sartre
atribuyendo la insurrección húngara de 1956 contra los soviéticos al “enorme
error” que, en su opinión, había supuesto el informe Kruschev denunciando el
estalinismo, porque era preferible mentir al pueblo para salvar el socialismo.
Antes, tras un viaje a Moscú, había revelado: “La libertad de crítica es
total en la unión soviética”. Y más tarde, en 1973, en la revista Actuel: “Un
régimen revolucionario debe librarse de cierto número de enemigos que lo
amenazan, y no veo otro medio que la muerte. De la cárcel siempre se puede
salir. Los revolucionarios de 1793 probablemente no mataron bastante”.

Buñuel,
en México, en su casa, ante una actuación de cantaores y bailaores flamencos
cuya actuación “emanaba una inclinación homosexual muy pronunciada”,
revolviéndose incómodo en su asiento, diciendo “es muy equívoco, es muy
equívoco” y enviando, en consecuencia, a sus dos hijos, de unos doce y
dieciséis años a la cama.
Y una frase para terminar: “Lo característico del prejuicio es que no somos conscientes
de que lo sea”.
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