miércoles, 18 de enero de 2012

Le Havre



               Lo que pasa con estilos tan marcados como el de Aki Kaurismaki es la sensación de repetición, de ya visto, de cliché. Puede que al que no haya visto otras pelis del autor finlandés El Havre le emocione. La historia se resume muy fácilmente. En ese puerto del canal de la Mancha un carguero desembarca contenedores. En el interior de uno de ellos hay un grupo de negros africanos, cuando llega la policía de inmigración un chaval escapa corriendo. Un grupo de vecinos, con el protagonismo del zapatero, se hace cargo del muchacho, lo alimenta y lo esconde, no sólo eso, reúne el dinero para que pueda cruzar el canal clandestinamente para llegar a Londres, donde su madre trabaja como inmigrante sin papeles. Pero lo importa en la peli no es esa historia que ha sido despojada de cualquier adorno innecesario, sino el estilo Kaurismaki. La peli tiene un aire de cuento moral, como una narración oral al estilo antiguo, aunque aquí el cuento se dice con imágenes. Por ello quiere ser intemporal, la admonición y la moraleja tiene que ver con nuestra época, la inmigración, la insensibilidad del gobierno contrapuesta a la solidaridad de los pobres, pero la escenografía es antigua, en un punto indefinido de los cincuenta o sesenta. Kaurismaki despoja cada encuadre hasta convertirlo en un bodegón, un retrato esencial o una pintura realista. Hasta tal punto busca la austeridad expresiva, pictórica, que casi inmoviliza a los personajes en escenas donde a veces da la impresión de torpeza en la filmación, aunque lo que parece querer hacer el autor es reducirlo todo a la mínima expresión. Interiores austeros, grupos humanos que parlotean, figuras exhibidas en un desamparo metafísico, hasta el punto de que los actores parecen tener prohibido cualquier gesto expresivo. Kaurismaki ha escogido actores viejos para representar a casi todos sus personajes, para mostrar arrugas y cansancio existencial como se muestran rosas rojas o amarillas en un jarrón de cristal. Su película es una sucesión de estampas antiguas, reproducciones de naturalezas muertas que hemos visto en las revistas ilustradas de pintores impresionistas, o retratos individuales o de grupo, en este caso de pintores expresionistas como Edward Munch. El principal problema, creo, es la sensación de dejà vu, su frialdad expresiva deja indiferente al espectador, al menos a mí, y si quiere trasmitir la idea de la caducidad de Europa no creo que lo logre porque se ve como el exabrupto del hombre que está de vuelta de todo o como el chiste de un cínico o como el escupitajo de un borracho.
En realidad el mundo que se dibuja en la peli no existe, no existe la fraternidad de los pobres, no existen los fumadores compulsivos, o quedan muy pocos, tampoco los tenderos de barrio generosos, es difícil de aceptar tanta frialdad en un país sureño, aunque Le Havre esté en el norte de Francia.

            Algunos críticos han visto en esta peli un optimismo que yo no veo por ningún lado, es como si juzgasen un cementerio por los lirios que brotan en las tumbas. Ante las pelis de Kaurismaki, creo, sólo caben sesudas interpretaciones por parte de críticos entregados, que supongo que a él no deben hacerle mucha gracia, o sí, o un pesimismo radical por parte del espectador ingenuo, si es que existe, o la sensación de tomadura de pelo; Kaurismaki hace pelis para sobrevivir, como un zapatero hace zapatos.

“Soy un gran mentiroso”.
“No. Es sólo que cuando más pesimista me siento, cuando menos confío en la humanidad, las películas me acaban saliendo más optimistas. Es algo complejo. No me malentiendas: a mí me gustan las personas, lo que no me gusta es su actitud. Y odio el sistema que lo rige, ya sea el capitalista o el comunista. No creo que el planeta nos aguante durante mucho más tiempo”.

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