jueves, 19 de enero de 2012

Corrupción



            1. Es corrupción, aunque quizá no la más grave, estafar al Estado, malversar caudales públicos, aprovecharse de información privilegiada, colocar en la administración a familiares y amigos, exigir comisiones o favores personales a cambio de contratos en trabajos para el Estado, aprovecharse en general de una posición política singular obtenida mediante los votos o por oposiciones a altas magistraturas para obtener o conceder beneficios personales. Esa corrupción en general repugna al ciudadano y es fácil de detectar y perseguir, aunque suele faltar la voluntad política para hacerlo. Más grave, más peligrosa, por ser más difícil de asumir como tal por el ciudadano y por tanto casi imposible de perseguir, es aquella otra que consiste en presionar sutil o manifiestamente, mediante declaraciones, actos públicos, concentraciones de masas o creando una atmósfera social mayoritaria tratando de forzar a las instituciones democráticas, como hacen los partidarios de un equipo de fútbol al árbitro, a que actúen en un determinado sentido, en beneficio parcial de una causa, a contrapelo de la ley.

            Es lo que está sucediendo en el caso Garzón, no con el propio juez que está en su derecho para defenderse como crea oportuno, sino con sus amigos y partidarios que tachan a quienes lo juzgan de fascistas, de extrema derecha, de antidemocráticos, es decir, de hacer lo que ellos hacen, intentando forzar a que la justicia no actúe como se espera de ella, fría y ciega, sino con criterios marcados por ellos. Es el caso también del  pertinaz discurso de los nacionalistas, de la presión mediante la amenaza, que tan buenos frutos les ha dado hasta ahora, “si no nos dais lo que pedimos entonces vais a ver como pedimos la autodeterminación, nos separamos, nos independizamos”, consiguiendo que los deseos de una parte de la población del territorio se imponga a la otra parte que está callada y encaja. Es una corrupción que si prospera y se convierte en costumbre acabaría en un sistema totalitario donde la justicia y las instituciones democráticas dejarían de serlo para convertirse en voluntad del déspota.

           2. En algún momento la percepción generalizada, el cabreo social, de que además de injusta es irrazonable la desproporción entre los elevados salarios, dietas, bonus, premios de jubilación de ejecutivos de la banca y grandes empresas, justificados por un supuesto valor añadido que logran para sus empresas, que en la actual situación no es tal sino mala gestión, quiebra, cuando no fraude y malversación del dinero recibido del Estado, y los más modestos salarios de los que trabajan o la compensación a los que han dejado de trabajar o la ayuda a quienes no encuentran trabajo o lo han perdido, ha de convertirse, además de en castigo social en forma de deshonra pública, en enjuiciamiento y castigo. El ajuste de la moral pública, entre formulación y ejercicio, es lento pero inexorable, y los políticos que tienen en sus manos cambiar la legislación que no lo comprendan serán castigados con aquellos.

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