martes, 10 de enero de 2012

La colina del Mal Consejo, Amos Oz



Es mayo de 1946, el Consejo Nacional conmemora en un teatro de Jerusalén el triunfo de los aliados, con las autoridades británicas y los políticos del consejo en el escenario haciendo discursos. De pronto, se encendieron las luces y alguien reclamó con urgencia la presencia de un médico. La cuñada del Alto Comisionad sufría un vahído. De entre las butacas alguien se acerca, el doctor Kipnis, que atiende a lady Bromley. Atiende y ayuda a que se restablezca. Al cabo de tres días el doctor recibió en su casa una tarjeta dorada para asistir como invitado a la fiesta en el palacio del Alto Comisionado, situado en la Colina del Mal Consejo.
Mientras llega el día de la fiesta van apareciendo los personajes que viven en el barrio de Tel Arza, alrededor de la casa del veterinario, el doctor Kipnis, un puñado de gentes variopintas que han llegado de Rusia y de Polonia, de Ucrania y de Silesia. Hablan diferentes lenguas, en alemán e ingles, en yidish y en ruso, pero todos se entienden. Cada uno ha dejado atrás una historia e ilusiones que estar por completar, padres y hermanos, amigos y amantes. Algunos embarcaron hacia Nueva York, otros han muerto en Alemania. Está la pianista Madame Yabrova, “vestigio grandioso aunque harto deteriorado”, y Lyubov Benjamina Piedra Preciosa que se ganan la vida dando clases de música o dando conciertos con sus respectivos piano y cello; está Mitya, un joven estrafalario y maloliente inquilino del doctor Kipnis que lanza profecías bíblicas del mundo por venir, en cuya habitación despliega mapas llenos de chinchetas negras y rojas; está el ingeniero Baczczynski que tras huir de las garras de Stalin ha pasado de construir enormes centrales hidroeléctricas a hacer pequeñas reparaciones bien regadas; está la farmacéutica señora Vishniac y el profesor Wertheimer y está el padre y la madre, que aburrida de este mundo triste y las sombras del cercano desierto estuvo a punto de embarcar, ella también, hacia Nueva York, pero terminó casándose con el doctor Kipnis, y está Hillel el hijo de ambos, que es el que ve y cuenta.
“A las siete se oscurecieron las montañas. Jerusalén se llenó de luces. En las casas se cerraron las contraventanas de hierro y se echaron las cortinas. Los vecinos se sumieron en la preocupación y la nostalgia. Por un instante parecía que Jerusalén se arqueaba en la oscuridad como si las montañas fueran un mar.”
Llega la tarde de la fiesta en la Colina del Mal Consejo, el doctor Kipnis se enfunda en un traje prestado, con un pañuelo blanco de picos en el bolsillo exterior, la madre se viste con un hermosísimo vestido. Todo el mundo les despide con peticiones para la autoridad británica. En la fiesta, la figura es el héroe de Malta, “el almirante sir Kenneth Horace Sutheland, del que se dice que no ha nacido alemán, italiano o señora que pudiese resistírsele”. El héroe de Malta en las presentaciones habla de la belleza de Jerusalén y de la de la esposa del doctor Kipnis. Comienza el baile, todos quieren hacerlo con la madre hasta que el héroe de Malta baila con ella en el jardín y más allá donde las luces del palacio se difuminan.
Madame Josette Al-Bishari conversa con el padre, ajenos a la fiesta:
-“Intentaré explicarme por medio de un pequeño ejemplo. Ustedes llevan cuarenta años caminando y caminando desde Europa hacia Palestina. Nunca llegarán. Al mismo tiempo, nosotros caminamos desde el desierto hacia Europa y tampoco llegaremos jamás. Y no hay ni siquiera una sombra de posibilidad de que nos encontremos en algún punto en medio del camino”.
No mucho después los británicos se fueron y se estableció un gobierno hebreo. Algunos de los inmigrantes aceptaron la nueva situación, otros se embarcaron hacia Nueva York.
Esta es la historia que cuenta Amos Oz en La colina del Mal Consejo. El libro tiene dos historias más, El señor Levi y Nostalgia, todas ambientadas en el Jerusalén del Mandato Británico, pocos meses antes de surja el nuevo Estado de Israel.

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