No parece muy cinematográfica la exhibición de una disputa
intelectual entre dos grandes psicólogos de comienzos del siglo XX, sin embargo
Christopher Hampton como guionista y David Cronenberg como director no salen
tan mal parados. A su favor, el nombre de los protagonistas, Freud y Jung, que
todavía atraen a una parte importante de la clase media culta, tantísimos
psicoanalizados como seguidores de la nueva era o simples curiosos, más el
señuelo de una guapa paciente que se interpone entre ambos, el personaje
interpretado por Keira Knightley, y por supuesto el nombre de los tres actores
protagonistas, junto a la Knightley ,
Viggo Mortensen y Michael Fassbender. También está la parte literaria de morbo
e intriga que siempre rodea los casos psicoanalíticos, pacientes raros con
extrañas obsesiones o manías, aquí el caso del doctor y libertino Otto Gross, interpretado
por Vincent Cassel.
El núcleo de la película se centra en un momento
supuestamente decisivo del psicoanálisis, cuando un joven y exitoso Jung conoce
a una paciente rusa de origen judío, Sabina Spielrein, que a su enfermedad une
inteligencia y atractivo erótico. Jung y su paciente establecen una relación
más allá de lo que los códigos profesionales permiten. Jung visita a Freud para
hablar del caso. Ambos se respetan, y Freud alcanza a ver la capacidad de Jung y
le promete que será el heredero de la escuela psicoanalítica. Pero Jung tiene
ideas propias, no cree que la libido sea el único motor de nuestro
comportamiento, además cree que hay otros elementos que los que Freud propone
para someter a análisis, como la telepatía o las precogniciones. Pero en la
disputa no sólo intervienen asuntos científicos, ¿hasta dónde puede llegar el
método? En las disputas intelectuales nunca hay que desdeñar la cuestión
personal: Jung es joven, tiene un gran éxito en la Viena anterior a la Primera Guerra Mundial –los
hechos suceden entre 1903 y 1914-, es ario frente al judío Freud, es
inteligente y tiene ideas propias. Freud quiere preservar el método, el rigor científico,
el código ético, pero también su autoridad. El conflicto refleja un asunto al
que Freud ha dado mucha importancia, la necesidad simbólica de matar al padre. La
disputa acabará en cisma, el primero del psicoanálisis.
La pelí logra a medias su objetivo de entretener, no puede
ahondar mucho en el debate entre los protagonistas, por falta de tiempo y
porque tiene que ponerse a la altura del espectador medio. En el apartado de la
interpretación tan importante en una película que viene de una adaptación
teatral, y ésta de un libro serio y documentado de John Kerr, A Most
Dangerous Method, falla la composición de Freud por parte de Viggo
Mortensen. Mortensen compone un Freud caricaturesco, un personaje de cartón: el
puro, la barba, la mayor parte del tiempo sentado tras la mesa en su despacho,
una representación superficial, con falta de hondura, lo que no sucede con
Fassbender y Jung, ni tampoco una Keira Knightley que modula bastante bien el
histrionismo inicial propio de una paciente histérica con la contención final
de una científica que debate con los dos maestros del psicoanálisis. Aunque la
peli es entretenida, a mi juicio, no supera los últimos logros del director: Una
historia de violencia y Promesas del Este.
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