Están persiguiendo a Camps por algo ridículo, tres trajes, y
todo por el empeño de un periódico en hacer caer a un presidente de comunidad,
cuando la acusación debería ir por otros derroteros más serios y más
importantes para el país: la mala gestión. Y en la Comunidad Valenciana
hay muchos casos de mala gestión. El más reciente en la CAM , caja en la que se
descubren pérdidas por valor de 17.000 millones de euros, que ¡equivalen al 1,2
del PIB español! o a la mitad de lo que se gasta el Estado en prestaciones de
desempleo. Es ahí donde deberían mirar los fiscales –y los periodistas- y no en
esa comedia de los trajes.
Otra muy mala noticia, cierra Revista de Libros.
Durante muchos años para mí ha sido el alimento espiritual, donde he encontrado
las reseñas de los libros que merecía la pena leer, reseñas hechas con seriedad
y rigor, con total libertad, sin tener que rendir cuenta a los grupos editores
como hacen en general los suplementos de cultura de los periódicos. Con la
lectura de esa revista he ido comprendiendo el valor que debería tener la
novelería y la no ficción en un país puesto al día, la formación científica que
falta en España, lo que nos distancia de los países anglosajones. La revista
era financiada por la
Fundación de Caja Madrid, no se comprende que prescindan de
ella con la excusa de los recortes, ¡cómo podría ser una carga financiera para
el Bankia de Rodrigo Rato!
Cómo no hacer propia esta cita de Ian McEwan en Solar:
“Una avenida de anuncios publicitarios que ofrecían anuncios bancarios y de oficina, que ponían mucho empeño en captar las miradas –obviamente la publicidad era una industria de empresarios de tercera-, acrecentó su irritación en los pasillos sin ventilar y excesivamente iluminados. Conocía demasiado bien aquel tipo especial de asfixia intelectual que producía el contacto con inteligencias escasas y agresivas. Ahora le concernía la estupidez planetaria”.
Estamos rodeados: no hay más que ver a qué queda reducido el pastel de las emisoras de televisión: Berlusconi al mando del grupo Telecinco,
que incluye Cuatro, y el hijo de Lara, aquel editor dicharachero del
posfranquismo, al mando de Antena3, La
Sexta incluida. Un sindicato realista y con ganas de armarla
llamaría de inmediato a la huelga general de espectadores: a la desconexión.
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