viernes, 16 de diciembre de 2011

HHhH, de Laurent Binet

        

            El 27 de mayo de 1942 un comando de la resistencia checa, enviado desde Londres, espera en una curva de la calle Holešovice, en Praga, a que llegue el mercedes del Protector de Bohemia-Moravia, Reinhard Heydrich, apodado por los suyos la bestia rubia, uno de los capitostes del régimen nazi: segundo de Himmler, jefe de seguridad y de la Gestapo y organizador de la Solución Final. Jozef Gabčík apostado carca de la parada del tranvía ve llegar al mercedes y dispara su pequeña Sten de fabricación inglesa, pero la pistola se encasquilla. El otro miembro del comando, Jan Kubiš, viene por detrás y lanza una bomba que no cae en el interior del coche sino en el suelo junto a la rueda trasera, aunque sí que explota. Ambos, Gabčík y Kubiš, forman parte de la la Operación Antropoide, organizada por el gobierno checoslovaco en el exilio, presidido por Edvard BenešEs el atentado con más éxito en la historia del nazismo.

            Laurent Binet lo cuenta en la novela HHhH (Himmlers heiss Heydrich: “el cerebro de Himmler se llama Heydrich”). Pero Binet tiene una idea muy particular de lo que es escribir una novela. Tiene que ser fiel a la realidad y precisa hasta en los menores detalles, no puede inventarse nada. Recoge esta cita de Boris Pasternak: “No me gusta la gente indiferente a la verdad”. Desdeña el sentimentalismo, la ñoñería, la enfermedad de la literatura. Con esas ideas Binet podría haber hecho un ensayo, pero cree que es más útil la imaginación del novelista: “Para que cualquier cosa pueda penetrar en la memoria, es preciso antes transformarla en literatura”. Quizá tenga razón. Además seguro que así va a llegar a mucha más gente.

Binet para contar su historia y ser fiel a la realidad explica se detiene en los detalles, busca el color del contexto, tanto del suceso histórico como del proceso de escritura. Cuenta, en primer lugar, consigo mismo como narrador y su circunstancia: su amor por Praga, en la que ha residido algunos años, algunas mujeres que lo han acompañado, los libros, las anécdotas, los sucesos que le salen al paso mientras investiga y escribe. Por ejemplo, los libros que se han escrito sobre el asunto como el de Alan Burgess, Siete hombres al amanecer, o que han hecho aproximaciones, como el de Jonathan Littell, Las benévolas, que no le gustan, o el más reciente, Europa central, de William T. Vollmann, que sí. O hace memoria del caso de Rene Bousquet, el jefe de policía que organizó las deportaciones de judíos franceses, el que aseguró la redada del Vel’ d’Hiv’, en junio de 1942: rehabilitado después de la guerra, amigo de Miterrand, látigo de De Gaulle, asiduo en casa de la superviviente de Auschwitz, Simone Veil, pero finalmente, desde 1986, acusado, e inculpado en 1991. Sin embargo, desgraciadamente, cuando está listo el proceso, un imbécil acaba con su vida, privando al mundo de lo que tuviera que contar en sala judicial. Un ensayo no habría entrado en esas historias marginales, secundarias al tema tratado, tampoco en los gustos o disgustos personales del autor. Esa es otra de las ventajas del formato novela.

Por supuesto, Binet cuenta principalmente con sus protagonistas, Heydrich, el eficaz, que acaba con la resistencia checa, Heydrich, el malvado, que organiza la conferencia de Wansee para dar forma a la Solución Final del problema judío, Heydrich, el político, que convierte el protectorado checo en una fábrica al servicio de la producción de guerra germana, pero también con Gabčík y Kubiš , los jóvenes héroes que saltan en paracaídas sobre su patria, cerca de Praga, para organizar el atentado. Por supuesto, también hay algunos traidores.

Y Binet cuenta, finalmente, también con el lector, del que a veces se burla por las suposiciones que ve a este lado de la página, al que atiende paciente y seguro de su inteligencia.

No es la primera vez que alguien concibe una novela así, pero el método se va afinando. Cada vez es más interesante, más informativo, el lector no tiene la impresión de perder el tiempo, sabe que no se le está tomando el pelo, todo está contrastado, hasta los detalles más minúsculos, sin jugar a la literatura. Una forma de contar que convierte en obsoletas las mayor parte de las novelas que ahora se escriben, tan viejas, tan aburridas. Además, HHhH se lee con avidez.


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