Baja el invierno hasta los árboles desnudos para abrazarlos
durante una temporada. Un velo frío y blanco los envuelve a ras de suelo. Nada
indica que esta luz lechosa y sucia venga de un poderoso sol que se detiene por
encima de las copas de los árboles y de los edificios más altos. De momento
sólo sombras, y sombras desordenadas.
El mundo
está cambiando aunque no lo parezca, extasiados como estamos ante un derrumbe
que no acaba. Entro en una librería con mucha gente deambulando entre los
estantes, hojeando libros, pero con pocas ganas de comprar. Quizá, como yo,
buscan ser sorprendidos por libros que no han sido anunciados o gritados en las
ondas, en los periódicos, en las vallas, en las teles, sentenciados por premios
que sellan su falta de valor. Veo tres libros de Bergounioux en editoriales
minúsculas. Antes no los he visto en Internet ni en las bibliotecas. Compro
uno, el dedicado a Descartes. Pienso que sería una desgracia que las librerías
desapareciesen: me gusta tocar antes de comprar, leer algunos párrafos antes de
decidirme, pero ¿quien comprará dentro de poco en esas tiendas, cuando comprar
en Amazon sea más barato y leer en un iPad más cómodo? Tendremos tiempo de
arrepentirnos.
No deja de
sorprenderme, una y otra vez, la creciente tendencia a la uniformidad en las
teles –y en los libros de escaparate, todos iguales- a pesar de la profusión de
cadenas. La Cuatro
y la Sexta en
sus informativos, igualmente infectados de sucesos, contaminados por ese
populismo desasosegante que ya habían impuesto el fascismo blando de Berlusconi
en Telecinco y la brillantina de Planeta en Antena3 como en sus libros. Si se
pone el oído en las conversaciones de la calle, se oye la misma cantinela, esa
vulgaridad que es hoy la mediocre vida de España.
No somos
conscientes de que la vida ya no volverá a ser la misma. Nuestros sueldos van a
bajar, el dinero ahorrado se va a devaluar. Cuesta descender del agujero de las
cajas y bancos a nuestras casas; hemos disfrutado a medias del espectáculo de
la caída de algunos consejos de administración -así como de nuestro gobierno-,
quizá porque no veíamos que el agujero se prolongaba en nuestros bolsillos;
sólo empezamos a intuirlo cuando nuestros hijos se quedaban sin empleo. No
volveremos a ver nuestra nómina en lo alto de la curva, cuando ganábamos más de
lo que producíamos, cuando los objetos que poníamos en el mercado se vendían
muy por encima de lo que valían. Los
que nos movemos en el mundillo de la educación sabemos cuánto se va a prolongar
la improductividad española. No hemos educado para inventar, no hemos
estimulado la creatividad, se han desdeñado los oficios. Un pueblo con mucho
talento, nos decían. Quizá sobre los tablados, pero no donde el mundo está
cambiando. Quizá tengamos algunos ingenieros brillantes, pero se están
marchando. Seguiremos pobres y atrasados durante un tiempo en esta esquina de
Europa, tan alejada.
Cómo
difundir un poco de calor para descongelar el suelo duro hasta disipar las
nieblas, hasta que allá al fondo un luz nos de confianza.
1 comentario:
La niebla en invierno no va a cambiar. Las librerías seguirán existiendo de otra manera, cierto que nuestra generación no sabe asimilar, mejor dicho, necesitamos el texto escrito en papel para comprenderlo mejor, pero cambiará, de hecho nuestros hijos, van a Internet antes que a las librerías, es más cómodo, el Ipad o los ebooks reemplazarán las estanterías que no recogen más que polvo y ocupan mucho sitio, del que no se dispone en las viviendas. Comparto tus comentarios sobre la mediocridad y el dominio y manejo del mundo por cuatro especuladores que ganan cuando sube y cuando baja la bolsa, que encarecen los productos de primera necesidad a pesar de las hambrunas. Y ¿Qué decir de los llamados directivos, esos personajillos, cual guardia pretoriana, que obedecen a ciegas consignas, sin ningún escrúpulo, persando exclusivamente en su "bonus", tomando decisiones incluso en perjuicio de su empresa, destruyendo empleo por el mismo ánimo espúreo. Estamos ante una profunda crisis de valores. Los trabajadores están asistiendo a una merma de derechos, jamás conocida hasta ahora. ¿Qué reforma laboral se precisa, la de hacer desaparecer las indemnizaciones por despido? pues todo lo demás ya lo tienen: Contratan por 5 días y les dan de baja el sábado y domingo para ahorrarse las cotizaciones a la Seguridad Social, no les dan vacaciones, contratan a tiempo parcial y las horas que les convienen: tú vienes los lunes de 12 a 14 y por la tarde de 19 a 21, los martes de 11 a 13, pero no vengas a la tarde, etc. etc. ¿Esta es la reforma laboral que se necesita?. En nuestras/vuestras manos, educadores, está en formar en estimular, en inquietar a esos jóvenes para que "creen", investiguen. Pero cómo vamos a cambiar cuando estamos preparando hijos "inútiles", cuando, como me decía una amiga que trabaja en la secretaría de la universidad, la madre acompañaba al hijo, de 1,85 metros, para matricularse (eso era cuando había que ir a la ventanilla de secretaría a entregar la matrícula). Ahora vamos a pensar que los hijos solos son capaces de matricularse por internet, aunque sea porque lo manejan mejor que los padres. Les queda buscarse la vida por si mismos, desempeñar su oficio o conocimientos sin depender de las empresas, ser ellos empresarios, concurrir en un mercado de miseria para hacer los trabajos justo para subsistir para que el "listo" el que tiene los "contactos" saque "la tajada". Contra este panorama ¿cómo rebelarse? ¿Qué revolución cabe?.
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