Cuando la pantalla se fundió en negro me relamía esperando
que comenzase el segundo acto y siguiese el disfrute. La peli adopta el formato
de un escenario teatral, el salón de una casa de clase media americana. Sin
embargo lo que apareció a continuación fueron los títulos de crédito sobre las
imágenes de un parque donde jugaban los niños que al comienzo de la peli habían
provocado el incidente, una pelea, en la que uno de ellos agrede a otro con una
rama de árbol, y que da lugar a la reunión de dos parejas, los padres, para
ver qué se hace después de un incidente así. Una frustración que la peli apenas
durase 80 minutos, que no siguiese un segundo acto, que se interrumpiese el ingenio,
la capacidad dialéctica de Yasmina Reza, la elegante concisión de Polanski, las magníficas actuaciones de los cuatro actores del drama.
La peli es absorbente, rápida, sin un momento de respiro. A
pesar del único escenario, de las sólo dos parejas, de los únicos cuatro
personajes, las situaciones son cambiantes: van apareciendo o trasformándose
las personalidades de los cuatro o licuándose el hielo inicial, de la frialdad
e inhibición a la histeria y el desmadre calentado por un buen trago de whisky,
cambian las coaliciones entre ellos, de la solidaridad de pareja a la
solidaridad sexual, o de clase o de status o ideológica. A medida que avanza la
confianza, los personajes se afirman, dejando atrás su inseguridad, pero
también aparecen sus miedos, sus fobias, sus inquinas, sus desagrados. Tras la
discusión inicial sobre cómo encarar la pelea, qué niño es culpable o
responsable, si es una agresión o no, si son pandilleros o no, lo que surge es
cómo los adultos encaramos nuestras relaciones, cómo solventamos nuestros
miedos, cómo los desviamos hacia actividades o proyectos o trabajos a los que
nos entregamos con la pasión que no empleamos para ocuparnos de nuestros hijos:
la preocupación por el hambre y la violencia en África, el cultivo superior de
nuestra personalidad acumulando conocimientos o bibelots artísticos, llenando
nuestras horas y minutos de actividades, pegados al teléfono, dotando a las
cosas banales que nos rodean de animismo propio, cediendo libertad a cambio de irresponsabilidad, convirtiendo el
cultivo de nuestro cuerpo en una obra obsesiva, sin pausa.
Es evidente que la obra de Yasmina Reza está llena de
trucos, de efectismos, de sorpresas, de momentos de risa y momentos de
lágrimas, que a la peli se le ve demasiado el origen, que a los personajes se
les pone en situación límite, formas de hacer más propias del teatro que del
cine, pero eso no quita para el disfrute se quede corto, que el espectador se
vea implicado en lo que sucede, ahora identificándose con un personaje, ahora
con otro. Cuando la inteligencia está sobre el escenario es una gozada, nunca
aparece la sensación de haber tirado el dinero en la sesión. Yasmina Reza es de
esos escritores, como Mamet, por ejemplo, que es capaz de poner a discutir a
varios personajes contradictorios, con posiciones antagónicas, sin ponerse de
parte de ninguno, intentando comprender a todos. Qué diferente de esos
insufribles faros morales, de mucha venta y predicamento, premios nóbel
incluso, insufribles, indigestos, banales que con sus opiniones tan bien
formuladas, rotundas y acabadas contribuyen a la misma esclavitud que nos
brinda la entrega a los objetos de consumo, nos ofrecen la esclavitud a una
idea brillante, positiva, bien envuelta y adornada a cambio de ceder nuestra
libertad y convertirnos en niños irresponsables. Que es el modo en que la mayoría
hemos decidido vivir.
2 comentarios:
Hoy comento también esta película, a mi manera, concisa.
Y no me gustó tanto como a ti, supongo que ya la disfruté en el teatro.
Petó
No vi la obra de teatro. Se me pasó. Es evidente que Yasmina Reza me gusta. La peli sí, me ha gustado.
Publicar un comentario