martes, 22 de noviembre de 2011

El dios salvaje


Cuando la pantalla se fundió en negro me relamía esperando que comenzase el segundo acto y siguiese el disfrute. La peli adopta el formato de un escenario teatral, el salón de una casa de clase media americana. Sin embargo lo que apareció a continuación fueron los títulos de crédito sobre las imágenes de un parque donde jugaban los niños que al comienzo de la peli habían provocado el incidente, una pelea, en la que uno de ellos agrede a otro con una rama de árbol, y que da lugar a la reunión de dos parejas, los padres, para ver qué se hace después de un incidente así. Una frustración que la peli apenas durase 80 minutos, que no siguiese un segundo acto, que se interrumpiese el ingenio, la capacidad dialéctica de Yasmina Reza, la elegante concisión de Polanski, las magníficas actuaciones de los cuatro actores del drama.

La peli es absorbente, rápida, sin un momento de respiro. A pesar del único escenario, de las sólo dos parejas, de los únicos cuatro personajes, las situaciones son cambiantes: van apareciendo o trasformándose las personalidades de los cuatro o licuándose el hielo inicial, de la frialdad e inhibición a la histeria y el desmadre calentado por un buen trago de whisky, cambian las coaliciones entre ellos, de la solidaridad de pareja a la solidaridad sexual, o de clase o de status o ideológica. A medida que avanza la confianza, los personajes se afirman, dejando atrás su inseguridad, pero también aparecen sus miedos, sus fobias, sus inquinas, sus desagrados. Tras la discusión inicial sobre cómo encarar la pelea, qué niño es culpable o responsable, si es una agresión o no, si son pandilleros o no, lo que surge es cómo los adultos encaramos nuestras relaciones, cómo solventamos nuestros miedos, cómo los desviamos hacia actividades o proyectos o trabajos a los que nos entregamos con la pasión que no empleamos para ocuparnos de nuestros hijos: la preocupación por el hambre y la violencia en África, el cultivo superior de nuestra personalidad acumulando conocimientos o bibelots artísticos, llenando nuestras horas y minutos de actividades, pegados al teléfono, dotando a las cosas banales que nos rodean de animismo propio, cediendo libertad a  cambio de irresponsabilidad, convirtiendo el cultivo de nuestro cuerpo en una obra obsesiva, sin pausa.

Es evidente que la obra de Yasmina Reza está llena de trucos, de efectismos, de sorpresas, de momentos de risa y momentos de lágrimas, que a la peli se le ve demasiado el origen, que a los personajes se les pone en situación límite, formas de hacer más propias del teatro que del cine, pero eso no quita para el disfrute se quede corto, que el espectador se vea implicado en lo que sucede, ahora identificándose con un personaje, ahora con otro. Cuando la inteligencia está sobre el escenario es una gozada, nunca aparece la sensación de haber tirado el dinero en la sesión. Yasmina Reza es de esos escritores, como Mamet, por ejemplo, que es capaz de poner a discutir a varios personajes contradictorios, con posiciones antagónicas, sin ponerse de parte de ninguno, intentando comprender a todos. Qué diferente de esos insufribles faros morales, de mucha venta y predicamento, premios nóbel incluso, insufribles, indigestos, banales que con sus opiniones tan bien formuladas, rotundas y acabadas contribuyen a la misma esclavitud que nos brinda la entrega a los objetos de consumo, nos ofrecen la esclavitud a una idea brillante, positiva, bien envuelta y adornada a cambio de ceder nuestra libertad y convertirnos en niños irresponsables. Que es el modo en que la mayoría hemos decidido vivir.

2 comentarios:

Susana dijo...

Hoy comento también esta película, a mi manera, concisa.
Y no me gustó tanto como a ti, supongo que ya la disfruté en el teatro.

Petó

Toni Santillán dijo...

No vi la obra de teatro. Se me pasó. Es evidente que Yasmina Reza me gusta. La peli sí, me ha gustado.