miércoles, 1 de junio de 2011

Tormenta en el túnel


Una ráfaga violenta que viene del sur, a ras de suelo, arrastrando todo lo que pilla a su paso, viene a parar a mis ojos y mi boca. Miraba por la ventana del instituto y veía nubes grises hacia el este, pero también había muchos claros. Me he decidido a salir. Ya en la calle, sobre la bici, he visto que las nubes foscas se apretaban más en dirección a la estación y que si remontaba el curso del río había menos probabilidades de que la tormenta me atrapase. Pero he seguido el camino equivocado. He seguido la avenida Isabel la Católica y luego he girado hacia el Campo Grande y la Acera de Recoletos. La pelusa que durante todo este mes de mayo está en el aire me ciega, me escuecen los ojos y no puedo frotármelos. Me los ensalivo. La ráfaga cálida balancea la bici. Caen algunos goterones, pero en el cielo aún se ve el azul metálico. Algunos sacan el paraguas. Sigo por la calle de la estación y cuando cruzo el paso que lleva a la entrada del túnel bajo la vía del tren, de golpe, el agua se precipita con incontenible furia. Ya dentro, en la boca de salida, descabalgo. La gente comienza a arremolinarse. Los goterones rompen con estrépito contra la barandilla y contra la rampa de salida. Salpica hacia adentro, retrocedemos. Algunos se atreven a salir, cuando las gotas se convierten en canicas de granizo. Un padre lleva a su niña a horcajadas sobre los hombros. La furia se incrementa. Un hombre sonriente que viene de fuera cubre con la palma de la mano, los dedos extendidos, la cabeza de su mujer, que con el pañuelo y la túnica que le llega hasta los pies está más protegida que él. Una pelusa se me ha atascado en alguna parte del esófago. Toso y toso si parar; acumulo y trago saliva, pero no me libero. El cielo ahora es uniformemente plomizo, no queda ninguna rendija por la que pase la luz. Las bolitas blancas se acumulan sobre el sumidero obstruyendo el paso del agua, que encuentra una vía a los costados. Se va formando un canalillo cada vez más denso que va hacia el centro del túnel, donde se embalsa. En un día de San Fernando como este mis padres perdieron toda la cosecha. Recuerdo la pedrisca y el drama familiar, yo era muy pequeño. Decidieron marcharse a la ciudad.

Este túnel, llamado de Labradores, es un túnel bajo y estrecho, combado y húmedo, que va para los cien años, apenas iluminado por una pálida luz de fluorescente. Salva la vía de tren para el populoso barrio de Las Delicias, unos 60.000 habitantes. Una semana antes de las elecciones lo han pintado de un verde pastel que apenas salva los desconchones. Antes lucía un azul tenebroso. Al día siguiente los grafiteros lo han garabateado en negro. Y después, tras el día de votar, el lunes, lo han vuelto a repintar del mismo color, supongo que por última vez hasta mejor ocasión. Como la gente llega empapada, con los paraguas rotos, les da igual la protección del túnel; siguen adelante rampa arriba, pisando los remansos de granizo que poco a poco se asemejan a una nevada. Un hombre viene con un maletín en una mano, los zapatos y los calcetines en la otra, arremangados los pantalones, tras pasar por el estanque del túnel. Amaina la tormenta, deja de granizar. Un muchacho con la camiseta a franjas del Barça hace un canal en el granizo para que el agua entre en el sumidero. Me decido a salir. Junto al otro túnel, un coche de la policía local impide la entrada a los vehículos. Este túnel contiguo es más lóbrego que el de peatones. Si se cruzan dos autobuses, uno ha de parar antes de entrar. Más de uno, por falta de avisos a la entrada, ha quedado atrapado en el interior porque el techo del vehículo era superior a la altura. La gente del barrio, que lo utiliza cada día, ha votado al alcalde, por mayoría; la primera vez que ocurre. Luego me entero que un coche particular ha quedado atrapado en el interior. Una chica ha tenido que encaramarse al techo de su vehículo, el agua llegaba hasta la ventanilla. Sucede cada vez que llueve. Pedaleo. El agua llega al borde de la acera y la sobrepasa. Chapoteo. Voy con cuidado para no resbalar sobre el granizo. Un autobús maniobra para dar la vuelta, antes de llegar a la boca del túnel. Ya no me cabe más agua en el cuerpo.

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