martes, 31 de mayo de 2011

Con la máxima naturalidad



“Ha sido un ejercicio de responsabilidad y madurez el que ha hecho el partido respetando los tiempos y las formas. Yo no he hecho ni un solo gesto ni un solo movimiento en relación con este proceso”.
Me pregunto si todo el mundo ve lo mismo que yo, las formas sinuosas, la mirada oblicua, una rendija en los ojos. Podría hacer analogías con animales, pero no quiero que esto parezca menosprecio. Su cuerpo, como la plastilina, una sucesión de curvas en progresión; no hay modo de que componga una sola vez una línea recta. No mira de frente, ni cuando alza la vista, la vista sigue la torsión de su cuello, la recomposición de su estructura ósea. Uno esperaría que hiciese un barrido, cuando habla ante sus compañeros, para ver el efecto de sus palabras, pero no espera el eco. Todo sucede en su interior, habla para sí mismo, el mundo comienza y acaba en los límites de su cuerpo. Ha llegado adonde esperaba. Habla como una centrifugadora, todo lo atrae hacia sí, cada una de las decisiones del pasado con las que se identifica, todo lo que se ha de hacer, la entrega de cada uno de sus compañeros que le escuchan. Su movimiento tiende a completar las curvas, a conformar una esfera, en la que todos los que tiene delante quedan encerrados, atrapados o desaparecidos cuando cierra los párpados. No importan los errores del pasado, la mala gestión, porque no habla de hechos, la realidad es algo ajeno a la esfera que está cerrándose, de la que queda excluido lo feo, lo imperfecto, el pasado, lo desagradable. No concibe que alguien pueda discutirle o enfrentarse a él. No ha tolerado que alguien pudiera hacerle sombra y presentarse para ocupar el puesto que sólo a él pertenece. Pero no habla abiertamente, dice que durante el proceso no ha dicho nada, no ha hablado en público, ni en privado ante sus compañeros. No concibe que alguien pueda proyectar su sombra delante de él, que alguien no vea que él es el objeto del destino. Sólo acepta ser nombrado por aclamación, miles de dedos, sin que él lo haya pedido, ya alguna vez dijo que nunca se presentaría, que ya estaba colmado, que había llegado el momento de retirarse a casa. Todo era simulación y todo el mundo lo sabía. Este es el momento y para este momento está él, no puede haber otro, otro momento, otro que él. Es la culminación.

A su lado, la pose virtuosa del político queda desmentida por la mujer despechada, su compañera de la foto.

Con la máxima naturalidad, dice el periódico. Pero yo sólo veo a un Christopher Lee en frac bailando con una botella de tinto medio vacía, ante un ataúd forrado de blanco, cantando una canción muy vieja, una canción cuya letra ha olvidado y a su lado una rubia con la cabeza hundida y el rímel corrido, las manos cruzadas y lloriqueando.

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