martes, 7 de junio de 2011

Peña del Fraile


El río baja bravo, las aguas grises y sucias chocan contra las piedras que pugnan inútilmente por retenerlas bajo el puente. El cielo aún se mantiene azul, no hace frío, ni el viento sopla en dirección alguna. Las calles despiertan abandonadas, sin ruido. Sólo los estorninos. Un tornado de estorninos girando y girando en círculos convulsos alrededor del campanario de la iglesia de Alar del Rey. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué hay tantos girando al mismo tiempo, una y otra vez, tantos al mismo tiempo, remontando y dejándose caer, alrededor del campanario? Nadie más los contempla, no hacen mucho ruido, o quizá lo hagan, pero no son sus silbidos lo que me asombra, sino ese tobogán vertiginoso que no se acaba, ni cuando me marche, tras comprobar que la tienda que vende periódicos está cerrada, se acabará.


A través del bosque, nos aproximamos a la peña por senderos floridos. Nos retienen las peonías abiertas, enormes. Nos guarecemos en la subida en canchales protegidos del viento que ha comenzado a soplar. Llegamos a la base de la peña desnuda. 


Un cono desolado, un pedregal. No hay senderos o no los vemos; ascendemos en leve zigzag, apoyando las botas sobre piedras más o menos desnudas, más o menos fijas. En la cima, la panorámica ya sabida: el Espigüete, el Curavacas, Peñaprieta, Fuentes Carrionas, el embalse de Camporredondo. La bajada es más dura. Apenas un diminuto sendero de rocas fragmentadas, algo más aplastadas que el resto, en diagonal, para salvar el declive del cono. 


Las nubes se arraciman en la cumbre, cada vez más densas, cada vez más oscuras. Desde abajo, mientras los bultos rojizos y azules de los excursionistas descienden, un puñado de cuervos señorea la cima. Cuervos ibéricos con su cola de naipe. Se dejan llevar por la chimenea que asciende, sin apartarse de la Peña, girando alrededor. ¿Escrutan? ¿Llega su vista hasta los diminutos excursionistas que los contemplan? ¿Cuánto tiempo llevan ahí? ¿Ya estaban cuando descansábamos en la cima? ¿Asistieron en el siglo X a la construcción del Monasterio de San Román de Entrepeñas? ¿Vieron como siglos después los vecinos lo desmontaron piedra a piedra hasta no dejar más que el torreón que ahora vemos comido por la vegetación?


Tras la ladera que recoge los restos de la Peña rota, el monte se torna verde, aparecen senderos sobre tierra, pero no es más fácil el descenso. Hay que saltar, castigar las articulaciones, hasta Santibáñez de la Peña.
El microbús se pone en marcha celebrando un cumpleaños: chupitos y vino dulce y tartas. Fuera, a lo lejos, en el curso de la carretera, sobre el asfalto, un punto negro, inmóvil. El microbús avanza, hasta llegar al punto donde el cuervo descansa. Sólo en el último instante se impulsa sobre las patas, justo a tiempo para evitar la masa que se le acerca. Un vuelo de no más de dos metros, para saltar a la cuneta y proseguir en su inmovilidad de negro pelaje.

2 comentarios:

Peatón dijo...

Muy bien, Toni. Quizá falte alguna alusión al merendero, pero muy requetebien la reseña. ¿Fuiste de los dormidos en el susodicho y por ello lo ignoraste? ¡ Ay,el efecto narcótico de los buenos merenderos !

Toni Santillán dijo...

Creo que merendero es pariente de modorra, eso es lo que me pasó, efectivamente.