lunes, 6 de junio de 2011

Sukkwan Island

Noqueado. Así salgo de la lectura de esta novela. Sukkwan Island, de David Vann. No es una lectura adecuada para alguien que esté pasando un mal momento. Parecía que los tiempos de las historias duras, donde el hombre se enfrentaba a la naturaleza, o a su propia naturaleza, y a veces perdía, habían pasado; que todavía estábamos en el tiempo de la bondad y la paz, el mundo donde todo se nos da resuelto, nos ahorra el sufrimiento y la muerte es algo irreal, pero no es así. Quizá, ahora sí, los tiempos están cambiando y los autores vuelven a mostrarnos la crudeza.

Esta novela tiene dos partes muy diferenciadas. En la primera un muchacho imberbe, a la altura de segundo de la ESO, decide acompañar a su padre a una isla de Alaska, la que da nombre a la novela. Se compromete a vivir con su él durante 12 meses, aislado del mundo. Son los días del verano: aclimatación, preparación para un invierno inhóspito, caza, pesca, ahumados, leña para sobrevivir. Mas algunos datos sueltos para ver con quien tiene que vérselas el lector que les acompaña en la experiencia. Parece una novela de iniciación, contada desde el punto de vista de Roy, el muchacho. London, Conrad, Robinson Crusoe, Hesse. Todos hemos leído, hace mucho tiempo, cuando nos iniciábamos en la vida y en la lectura, ese tipo de libros. Nos estusiasmaban; nos apuntábamos a una lista en el instituto para leerlos de un tirón.

Luego sucede un hecho, que no puedo contar para que quien lea esto no esté sobre aviso y descubra por sí mismo las implicaciones. El punto de vista pasa al padre, Jim, del que descubrimos ahora que así se llama. También esta segunda parte es de supervivencia, pero de otro tipo. No es lo mismo saber que se tiene toda la vida por delante y que lo que se está viviendo es una experiencia que forja el carácter que sobrevivir a un hecho traumático, cuando lo que sigue transcurriendo es una especie de prórroga.

En la primera parte la naturaleza salvaje es un don, a pesar de los peligros que acechan o del terror que infunden sus fuerzas ocultas o desatadas. En la segunda, cuando todo queda reducido a conciencia, la naturaleza es un mero escenario que deja de impresionar aunque sea incluso más dura que antes. Ahora las referencias que asaltan la lectura son otras. Cormac McCarthy, por ejemplo, algunas películas. En las últimas décadas, a pesar de haber crecido entre algodones, la conciencia se ha expandido. Habría que hacer una lista de autores, minoritarios todos; todos los autores son minoritarios, lo demás es basura; quizá habría que escribir un ensayo sobre la expansión de la conciencia.

Cuando el chico es el narrador, las páginas avanzan a ritmo de bolero, con alguna caída, con los dolores propios del aprendizaje: “Qué bueno es este libro; lo tengo que recomendar. Perfecto para trabajar con los alumnos: la dureza de la vida, el esfuerzo, la lucha, el difícil trato del padre con el hijo”. Pero cuando son los ojos del padre los que cuentan, la novela se pone muy fea, de la que hay que escapar cuanto antes, para tomar aire. Pero aún así, es recomendable.
David Vann es joven, pero tiene una dura experiencia detrás. La ha contado en una autobiografía. Su estilo es directo, sin adornos, de frases cortas. No hay que revolotear entre sus frases y volver atrás para apreciar su manera de escribir. Va al grano, porque tiene algo que decirle al que está leyendo. Un descubrimiento.

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