miércoles, 15 de junio de 2011

El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan II

Imposibilidad y desesperación es el punto de partida de todo escritor verdadero, escribe Patricio Pron, y el sitio al que irrevocablemente muchos se dirigen.

En Dos huérfanos, un niño desde la puerta de un refugio antiaéreo, en Dresde, ve como un soldado descarga su fusil sobre un perro que anda buscando un amo, y ve el charco de sangre donde expira. Refugiado en Argentina, el hombre intenta salvar animales desahuciados, el último un cervatillo. Cuando unos codiciosos asalten su casa buscando un supuesto tesoro de nazis, el hombre repetirá la historia de su infancia: le disparan y muere y con él el cervatillo. También esta historia está contada con frases largas, densas, difíciles, extrañamente informativas. En La historia del cazador y del oso, un joven ruso cuenta una historia a una mujer que está perdiendo la memoria –es uno de los temas de Pron, la progresiva e inevitable pérdida de memoria: es invierno cuando un cazador que necesita pieles para calentarse sale a cazar. Los osos hibernan, todos menos uno que con hambre se mantiene a la expectativa. Ambos se encuentran. El cazador apunta pero el arma congelada no dispara; el oso se lo zampa. Parece que las historias rusas no acaban mal: el oso obtiene lo que quiere, saciar su hambre, y el cazador lo que necesitaba, abrigo. El relato se presenta en dos versiones: las diferencia el espesor de las frases. En La visita al maestro una joven mujer visita un pueblo de la costa con la intención de visitar a su maestro, un escritor. Pero a quien ve casualmente es a un adolescente, acaso el hijo del escritor, con quien asiste a la llegada de un pesquero. Los trabajadores distribuyen la pesca en cajas por género. Un pulpo se escapa hacia la borda desde una de ellas, pero una y otra vez es devuelto a su caja. En El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, una mujer fotografía en los parques a niñas orinando.

Un reportero de revista de viajes pierde el último barco que sale de una de las islas de la Frisia Oriental, en el Mar del Norte. Eso ocurre en El Mecanismo de la Historia. La mujer donde se ha de hospedar, en una casa junto a las dunas, le obliga a ver diapositivas de ella con su marido que la ha abandonado, esperando ver su reacción. Le pregunta si le conoce. Luego la acción se repite en un teatro popular de Berlín, y más tarde en una parada de feria junto al Leine, en Hannover: aquí las imágenes aparecen en bolas de cristal inundadas con nieve artificial. En Peces y montañas, un periodista se levanta de la cama en la que ha estado acompañado, o cree haberlo estado, con una famosa actriz alemana. Reconstruye el itinerario que les ha llevado hasta ahí. En abejas, un abuelo quiere colmar la ilusión de un niño intruso que invade su propiedad para mirar la labor de las abejas. Quiere regalarle una colmena para iniciarle en la apicultura, pero un suceso da al traste con su intención. En Explorando el abismo, un joven traba contacto en la playa con una pareja de alemanes. Escucha su historia, ella se folla a todo el que se ponga por delante. Es lo que esperan de él. La parte masculina de la pareja escribe literatura infantil. Y, por fin, en El corte, una mujer que procede de Argentina, sin amigos en Alemania, quiere trabar conversación. Acude a que le corte el pelo una peluquera polaca, habla con ella, quiere quedar con ella, pero no es comprendida.

Decir de qué van sus cuentos es traicionarlos, porque en realidad no van de lo que yo he escrito. ¿Por qué reseño, entonces, cada uno de los cuentos? Como ejercicio de memoria y para animar a leerlos, quizá de ese modo abra el apetito de quien esto lea y busque los libros de Patricio Pron, bendecido por los dioses extintos de la literatura. Pero que sepa ese lector que “Ninguna obra literaria puede mantener con vida a nadie, ni siquiera a su creador”.

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