lunes, 9 de mayo de 2011

Oleanna, de David Mamet, en El Español


El tiempo vuela. Han pasado muchas cosas desde entonces, desde el 93, pero los temas que trata Mamet están vigentes. La guerra entre mujeres y hombres viene de lejos. Las sufragistas de comienzos del siglo XX; la revolución sexual dirigida por las chicas, desde  mediados de los sesenta; el asalto al poder desde los noventa. La sociedad cambia en su superficie, pero la marea de fondo es lenta. Ha habido sucesivas batallas, pero la guerra aún no ha terminado. Es evidente que ellas están vencido, pero quizá la batalla se ha moderado y su victoria no sea tan incondicional.

Oleanna trata de un profesor y de una alumna. Una reclamación de notas, al principio. Los alumnos siempre creen que el profesor les subestima. Y los profesores que no se les valora. De ahí es fácil pasar a sentirse humillado y en consecuencia a mostrarse prepotente o agresivo o histérico. La relación va cambiando a una relación de poder. No sólo desde el estrado al pupitre; de quien es dueño del saber a quien tiene que aprender; del que impone el método a quien debe asumir las reglas; de quien representa al Estado a quien está en inferioridad. También está la cuestión sexual: profesor alumna. El hombre siempre deseando ser reconocido, valorado, siempre insatisfecho, siempre a la espera, ansioso. La mujer que despierta, que lleva despertando unas cuantas décadas. Se afirma, percibe el machismo, la violencia a la que ha sido sometida. Puede que esté excesivamente alerta. La alumna disfraza su incapacidad para comprender el tema de estudio con una cuestión de clase y sexista. Y está la cuestión de la educación, su utilidad, su necesidad para ascender socialmente, de aceptar las reglas, el método, o de cambiarlas. La del individuo, ahí, enmascarando sus debilidades, sobreactuando. El profe consciente de su poder, dominando el código y la calificación; la alumna enmascarando su incapacidad en la queja, en la rebelión. Y está la cuestión del status: la familia, la posición, el hogar, -el profesor está en tratos para comprarse una casa, ligado a un ascenso profesional- contrapuesto a la aventura a la que el hombre siempre cree tener derecho, a la que no quiere renunciar.

Un profesor es un hombre. Una alumna, una mujer. Una charla a solas es una ocasión. Para el hombre y para la mujer. Si se desdibuja la función social aparecen los deseos, los anhelos, las debilidades del individuo. La obra va girando de lo convencional a las debilidades del profesor; de las debilidades de la alumna a la conciencia de ser una mujer de su tiempo, del poder que la sociedad le concede. Representante del grupo de la mujeres humilladas. El profesor pierde, la alumna gana.

Y todo envuelto en la incapacidad contemporánea para decirnos las cosas de forma limpia y sencilla. Lo que decimos no expresa lo que queríamos decir. Queremos que nuestras palabras digan otra cosa de lo que estamos diciendo. Entendemos lo que no nos quieren decir. La fuerza que nos anima se contrapone a la de quien nos escucha. Los discursos resbalan por encima de lo que oímos. El ruido del oleaje que se deshace en la arena.

Y está la caracterización de José Coronado e Irene Escolar. Coronado deambula como un hombre noqueado, sumido en sus contradicciones, derrotado. Irene da el papel de alumna, temblorosa, inmadura, insegura, agresiva hasta el histerismo. Lo han tenido fácil. Es el papel de cada día. Coronado es un hombre de este tiempo. Irene es mujer y una chica en edad de estudiar.
Perfecto el escenario en medio de la sala, con las gradas a los lados. Los espectadores encima, la acción a un palmo de la nariz.

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