lunes, 9 de mayo de 2011

En el campo de los buenos

              Durante mucho, mucho tiempo he visto el mundo a través de los periódicos. Mejor, desde un periódico. Todavía los miro. Aunque varios, ya no me conformo con uno. Los asalto buscando frases para burlarme o para medir el tamaño de su mentira. ¿Cómo puede haber durado tanto? Es opinión general que en la infancia las cosas se gravan más, se agarran como garrapatas de las que es imposible liberarse. Pero no es cierto. Viví un tiempo atrapado por la religión. En perspectiva, me parece poco. Y creo que me liberé con suma facilidad. Cómo dar crédito a aquellos medio hombres envueltos en una pesada túnica negra. Eran adiposos, cerúleos, con olor a desván. A mis padres les daba todo el crédito, eran buena gente, sin doblez. Pero por eso les podían engañar con facilidad. Cómo fiarse de sus creencias traspasadas.

             Y luego estaba el antifranquismo. Esa fue la gran cagada. Cualquier cosa que se le asociase era legal, adquiría el brillo de la verdad. Una generación corrompida por el fulgor del antifranquismo. Mierda. Así que. Uno, quién iba a poner en duda las verdades emanadas de la cerrada oposición. Agarraron como garfios. Asumir una idea contraria era condenarse al infierno y sin extremaunción. Quién va a querer arrancarse un garfio. Dos, no había duda posible. Con mi envoltorio religioso, siempre estaba alerta, con la pregunta: ¿Y si me engañan?, ¿y si todo es mentira, una gran conspiración? Lo fue, de hecho era una gran conspiración, de la que participaban los mejores y los peores. De estos era fácil desembarazarse; de aquellos, de las almas nobles, fue más difícil.

             En cambio, ahora, no había duda posible. Estaba en el campo de los buenos, los justos. Los que enarbolaban la antorcha del bien general.

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