lunes, 16 de mayo de 2011

Lartigue o la apoteosis de la burguesía


Hay otra manera de ser un artista liberado. Ser rico y no tener mala conciencia. Eso le pasó al pequeño Jacques Henry Lartigue cuando su padre, a los ocho años, le regaló una cámara de fotografiar con trípode.
“Desde niño padezco una especie de enfermedad, todas las cosas que me maravillan se escapan sin que pueda guardarlas lo suficiente en la memoria”.
Así que Lartigue (1894 - 1986) se puso a vivir la vida a toda velocidad. Y decidió que la felicidad tenía que ser fotografiada. Esa es su historia, la velocidad es felicidad; la felicidad es la velocidad. Y otra cosa, Lartigue tenía un seguro a todo riesgo: era creyente. Pasaron las guerras, el dolor, el sufrimiento del siglo XX, pero él no estaba ahí. Así que si hacemos abstracción del siglo por el que pasó podemos gozar de su punto de vista.
El único problema que tiene esta exposición del CaixaForum Madrid es que presenta las fotografías por temas, despreciando la cronología. Pero la felicidad es fundamentalmente cronología, tiene su momento, su principio y fin. Los comisarios de nombre pomposo –Martine d’Astier de la Vigerie- nos la birlan, hacen abstracción de los cambios técnicos en la fotografía y también de los cambios biográficos, por lo que la hipótesis general de la felicidad de Lartigue, de principio a fin, es indemostrable. No sólo eso, embadurnan la mirada del espectador inocente con comentarios pretenciosos y apestosamente retóricos. Algo así como “la verdad eterna de las imágenes de Lartigue” y “la elegancia despreocupada”. Pretenden demostrar la nonchalance de los ricos, su despreocupación por las cosas vulgares de este mundo, como si en Lartigue, a pesar de ser tan católico, no hiciese mella el pecado original.


Lartigue da cuenta de la felicidad, pues. La suya. Los años del cambio de siglo, hasta 1914, son los años de la apoteosis de la burguesía. Sus hijos gozan con fruición. Los años en que se hizo Barcelona, por ejemplo. Y ahí sigue. No sólo Barcelona, algunos viven de ellos todavía, como si el mundo se hubiese detenido. Felices y veloces, aunque su velocidad sea estática. 


En las fotografías de Lartigue no hay pobres. Véase la foto “Patinaje sobre el lago del Bois de Boulogne”, de 1906 o cualquier otra. Ni suciedad. Ni crimen. Lartigue es el precedente de la sonrisa de los parques Walt Disney. Ni trabajo, angustia o dolor. Lartigue fotografía obsesivamente, pero en sus fotografías el mundo es invisible. Sólo fotografía ideas, sentimientos. Lo demás es vulgaridad.
“La vida es algo maravilloso que baila, salta, vuela, ríe y pasa”.

Como se lo podía permitir lo intentó. Sus agendas, sus diarios, que comenzó a rellenar al mismo tiempo que empezó con las fotos, quieren atrapar todo, retener cada instante. Anotaciones exhaustivas cada hora, de sus idas y venidas, de cada acto, de las personas con las que se encuentra: escritores, mujeres, playboys, presidentes. Incluso anota el tiempo que hace cada día, ¡durante 70 años! Titula sus cuadernos de este modo: “Libro de mis sueños”; “Razones por las que soy tan feliz”.
“La ligereza es el resultado de una determinada disposición del espíritu no del esfuerzo físico”.

Sus fotografías son interesantísimas. Está al tanto de las innovaciones. Trabaja con la visión binocular, con el estereoscopio, con el color. En 1902, a los 8 años hizo su primera foto y garabateó su primer diario. En 1904 hizo su primera instantánea. En 1915 adoptó la pintura como profesión y también hizo de decorador de grandes fiestas. Y fotografió: los aeroplanos, el automóvil de carreras, los deportes de todo tipo y luego las damas, a escondidas, tratando de captar el misterio de la belleza. Y sus mujeres: Bibi, Reneé, Coco, Florette. Y los rodajes de las películas. 200.000 fotografías. En 1966 conoció la fama. En 1985 una exposición recorrió el mundo: “Le passé composé”. Esta del CaixaForum se situla “Un mundo flotante”.

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