viernes, 6 de mayo de 2011

El horizonte

"Bosmans llevaba tiempo pensando en algunos episodios de su juventud, episodios sin ilación, que se interrumpían en seco, rostros sin nombre, encuentros fugitivos. Todo pertenecía a un pasado remoto, pero, como esas breves secuencias no tenían relación con el resto de su vida, se quedaban en el aire, en un presente eterno". (Comienzo)
Lo bueno y lo malo de esta novela de Patrick Modiano es que sus personajes parecen salidos de una imaginación somnolienta. Al empezar a leer parece que el escritor no tenga nada, que necesite despegar, esperar a que la pluma comience a rasgar el papel para que las montañas y los valles, los hombres y las mujeres, y luego las tramas que los funden, se vayan desplegando para llenar los pliegos vacíos. Así diría, con lenguaje de otro tiempo. Incluso el escritor necesita contar el experimento, el vértigo y la fatiga y el escepticismo con los que comienza. La metaliteratura es un riesgo porque el lector está cansado después de tantas frustraciones. Pero los escritores consagrados se arriesgan o, dicho de otro modo, se ofrecen la chance de encontrar el tema esquivo.

Los personajes de El horizonte emergen de la memoria como fantasmas ingrávidos. "Recuerdos en forma de nubes que flotaban", escribe Modiano. Han de pasar muchas páginas para que terminen por coger peso. Durante esas páginas le lectura incierta se va aguantando por el oficio del escritor, por la levedad de su escritura que no requiere gran esfuerzo, por el nombre del autor, porque siempre se espera que suceda algo, porque como en los sueños siempre se espera que de entre las nieblas acabe por surgir algo con sentido.

Lo bueno es que como en la memoria, cuando nos llega un retazo de color, que azuza una emoción dormida que queremos reactivar, seguimos su traza sin saber muy bien dónde nos va a llevar y reconstruyendo, escogiendo un camino y desechando otros, terminamos por montar una bonita historia que nos eriza, en efecto, de nuevo la piel. Así actúa Modiano en esta novela y aunque nos choquen sus inconsecuencias no nos importa porque nos explica lo que nosotros mismos hemos hecho en nuestras ensoñaciones.

El escritor va atando cabos, una imagen aparece de pronto y lentamente, a veces con grandes intervalos de tiempo, lleva a otras, aunque siempre quedan cabos sueltos.
Como en los ensueños de la memoria nada es estable y definido, aparecen personajes amenazantes y seductores. Bosmans y Margaret Le Coz son los protagonistas del relato, los que van emergiendo de la bruma y los que permiten la identificación. Más inasible que ellos es Boyaval la amenaza que no acaba por tomar cuerpo y su contrafigura, Bagherian, el protector. Ella tiene o tuvo, porque se habla con treinta años de intervalo, trabajos de aya con clientes diversos. Siente que alguien, Boyaval, la persigue, tiene miedo. Él trabaja, o trabajaba, en una editorial librería apunto de cerrar. También está dominado por temores: su madre y su pareja, el cura o ex cura que ha dejado los hábitos, que le persiguen para exigirle dinero. Es Bosmans quien recuerda o trata de recordar, personajes que emergen de la niebla, pero siempre escurridizos. Fragmentos de otra época, que la memoria trata de recomponer uniendo trozos de un espejo roto para poder mirar de frente, al horizonte, el presente. Es decir, literatura.

Lo malo es el espesor y la liviandad de lo literario, la necesidad de que las tramas se conviertan en historias, de que los encuentros entre hombres y mujeres tengan sentido.
"Más valía no saber nada más. Por lo menos, en la duda, aún queda una forma de esperanza, una línea de fuga hacia el horizonte. Uno se dice que quizá el tiempo no ha rematado aún su obra de destrucción y que todavía quedan citas".

No hay comentarios: