jueves, 19 de mayo de 2011

El agudo dolor de Rosa Luxemburg

Desde la cárcel de Breslau, en la víspera del 24 de diciembre de 1917, Rosa Luxemburg escribe una carta cariñosa a su amiga Rosa Liebknecht. El marido de Rosa, Karl Liebknecht, también está en la cárcel. Ambos son los líderes de la facción radical del SPD, los espartaquistas, encarcelados por oponerse al nacionalismo guerrero que llevó a a la primera guerra mundial. En una carta hermosísima, poética. No la trascribo completa. En ella habla de la revolución rusa, de los ideales alcanzados, de su soledad en la celda, de su incomprensible alegría y exaltación, de libros que le gustaría leer, pero también de la guerra en curso. Lo que me interesa es el fragmento de los búfalos. A veces, la crueldad de la guerra se ve mejor de forma indirecta que en las descripciones generales o en los recuentos estadísticos. Probablemente no es la mejor tradución, pero da una idea de lo que Rosa Luxemburg quiere transmitir. Transcribo el fragmento:
 "Ah, Sonichka, he experimentado un agudo dolor, en el patio, donde hago mis paseos, llegan con frecuencia carros del ejército cargados con sacos, o con viejas camisas y uniformes de soldados, en muchas ocasiones con manchas de sangre…, aquí los descargan y los reparten en las celdas, aquí son reparados, y otra vez empacados y enviados al ejército. Recientemente vino uno de estos carros, tirado en lugar de caballos, por búfalos. Ví a los animales por primera vez de cerca. Son más fuertes y de complexión más robusta que nuestro ganado, con cabezas planas y cuernos también planos y curveados, tienen mas parecido con los cráneos de nuestros borregos totalmente negros, con grandes ojos apacibles. Provienen de Rumania, son trofeos de guerra … Los soldados que conducen estos carros cuentan que fue muy trabajoso atrapar estos animales indómitos y que fue aún más difícil usarlos para el tiro, porque estaban acostumbrados a la libertad. Los golpearon horriblemente, hasta hacer valer el dicho: »vae victis« Se supone que hay unos cien de estos animales solamente en Breslau; además reciben, después de estar acostumbrados a las extensas praderas rumanas, poco y miserable alimento.
Son utilizados sin consideración alguna, para tirar de cualquier tipo de carro de carga, por eso mueren pronto. Hace pocos días, entonces, entró un carro lleno de bultos, pero con una carga tan alta que los búfalos no podían atravesar la elevación del portón de la entrada. El soldado acompañante, un bruto, comenzó a apalear a los animales a golpes del lado más ancho del fuste de su látigo, de tal manera que la centinela molesta le llamó la atención ¡si no tenía lástima de los animales! 
– Nadie tiene piedad de nosotros, las personas – respondió con risa malvada y los apaleó todavía con más fuerza…
Los animales jalaron pasando al fin sobre la montaña, pero uno sangraba… Sonishka, la piel del búfalo es literalmente solo grosor y dureza … y estaba rota. Los animales se quedaron muy quietos y agotados cuando estaban siendo descargados, y uno, el que estaba sangrando, miraba alrededor con una expresión con su cara negra y sus grandes ojos tiernos, como un niño con los ojos hinchados de llorar. Era claramente la expresión de un niño que ha sido duramente castigado y no sabe para qué, por qué motivo, que no sabe cómo escapar de la tortura y la violencia brutal… yo estaba parada frente a él, el animal me miró, se me salieron las lágrimas. Eran sus lágrimas, no es posible estremecerse con mas dolor ante el sufrimiento del hermano más querido, que yo en mi impotencia ante ese sufrimiento silencioso. ¡Qué lejos, qué inalcanzables, perdidas, libres, suculentas, verdes praderas! Qué diferente brillaba ahí el sol, soplaba el viento, qué distintos eran los hermosos sonidos de los pájaros o el melódico grito de los pastores. Y aquí, en esta ciudad extraña y lúgubre, el establo asfixiante, el heno enmohecido que provoca asco, mezclado con la paja en descomposición, las personas extrañas y horribles, y los golpes, la sangre que corre por la herida fresca … mi pobre búfalo, mi pobre amado hermano, estamos aquí los dos, tan impotentes y embrutecidos y somos uno sólo en el dolor, en la impotencia, en la nostalgia. Entretanto, las presas afanosas habían rodeado el carro, descargaron los pesados bultos, y los llevaron hasta el edificio; pero el soldado sólo metió ambas manos en las bolsas del pantalón, se paseó a horcajadas en el patio, rió, y silbó quedamente una canción muy popular. Y toda la suntuosa guerra pasó ante mis ojos".

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