jueves, 26 de mayo de 2011

Die Fackel, La Antorcha II

Un buen ejemplo del proceder crítico de Karl Kraus en La Antorcha es el texto titulado: “Sobre el proceso contra Klein”. Selecciono unos fragmentos:
Introducción: “He aquí que la falta de pruebas para demostrar que la señora Klein había cometido un asesinato se veía abundantemente compensada por una plétora de pruebas de su inmoral forma de vida. Incluso el hecho de que una mujer ponga en práctica “cierta inclinación a mentir” parece que se considera en la criminología vienesa como un elemento que refuerza las sospechas respecto a la autoría de un crimen”.
El representante del periódico más grande puede informar de esta manera: “Un episodio simpático, aunque incómodo para uno de los testigos, ha divertido hoy bastante al público. Hace unos años, un rentista, mientras su mujer vivía en el campo, pasó unas agradables horas con quien por aquel entonces se llamaba Ilonka. Sólo unas horas. Después se olvidó por completo. Pero ella no se olvidó de él.”
El fiscal, señor Pollack manifestaba: que esa asesina era “igual de depravada que la ramera que a cambio de una miseria se entregaba al primero que se encuentra en la calle”.
Glosa de Karl Kraus: “Es una lástima que en el escalafón de la depravación femenina no existan categorías tan definidas como en el escalafón de la ambición masculina. El destino de las mujeres consiste en caer y el de los fiscales, en hacer carrera. Sin embargo como los valores individuales no dependen de los sociales, puedo imaginar perfectamente el caso de una ramera que rinda más a cambio de esa “miseria” que un fiscal que a pesar de su sueldo es incapaz de desanudar los hilos de un plan criminal y que ha de llenar, por tanto, con indignación moral las lagunas de sus conocimientos criminológicos”.
 Kraus se topa en los periódicos de la época anuncios turísticos invitando a viajar a los campos de batalla: 
“Todo un día por los campos de batalla en un cómodo automóvil, pernoctación, manutención de primera categoría, vino, café, propinas, trámites de pasaportes y visados desde Basilea ida y vuelta, todo incluido en el precio de 117 francos suizos”.
La glosa: “¿No culmina aquí de manera ejemplar la misión de la prensa, consistente en conducir primero a la humanidad y luego a los supervivientes a los campos de batalla? Recibirán ustedes su periódico por la mañana. Leerán qué confortable se les hace la supervivencia. Se enterarán de que un millón y medio de seres humanos se desangraron allí donde el vino y el café y todo lo demás está incluido”.
Aunque el enemigo principal de Kraus lo encuentra en Viena y en el mundo nacional germano también hay referencias al comunismo:
“El comunismo como realidad no es más que la otra cara de la ideología de esa chusma, profanadora de la vida aunque proviene de un origen ideal más puro, es también un recurso problemático y contradictorio para alcanzar su objetivo ideal más puro. Que el diablo se lleve la praxis del comunismo, pero que Dios nos lo conserve como amenaza constante sobre las cabezas de aquellos que poseen fincas y que, con el fin de mantenerlas y con el consuelo de que la vida no es el más alto de los bienes, querrían mandar a todos los demás a los frentes del hambre y del honor patrio”.
Kraus también percibe la llegada de la cruz gamada. Así recoge esta perla:
“ SE SEÑALA que los brazaletes con la cruz gamada encontrados en el lugar de los hechos no llevan el sello del partido”.
En general ante el nacionalsocialismo afirma que no tiene nada que decir: “No se me ocurre nada sobre Hitler”, quizá porque “la violencia [no puede ser] objeto de polémica ni la locura objeto de sátira”, tal como hasta entonces había sido su método. El caso es que poco después su pluma calló y también su vida. La última frase de la selección que ofrece Acantilado y también del texto que dedica al ascenso de Hitler es esta: “En el ocaso del mundo, yo quiero vivir retirado en lo privado”.
Quizá, el Kraus literario, el de los largos comentarios indignados, burlones o sarcásticos sea menos atractivo porque se enrolla en exceso.

El mejor elogio que se puede hacer de Kraus se encuentra en esta frase suya:
“Aunque no se reconozca más logro positivo a las 2000 páginas de La Antorcha aparecidas durante la guerra –una mínima parte de cuanto podía sido si no me hubieran limitado diversos obstáculos técnicos y estatales-, se me certificará, con todo, que rechazé sin esfuerzo alguno, día tras día, la sucia exigencia que el poder hizo al espíritu: la de tener la mentira por verdad, la injusticia por justicia, la ira por razón. ¡Porque la valentía mejor era la mía, la de ver al enemigo en campo propio!”.
Esta selección de La Antorcha que nos ofrece Acantilado es una muestra del océano de páginas que escribió Kraus y que tuvo una enorme influencia en los escritores austriacos posteriores como Thomas Bernhard o Elfriede Jelinek y también en parte de la intelectualidad europea.

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