miércoles, 25 de mayo de 2011

Die Fackel, La Antorcha

Durante 37 años, desde 1899 a 1936, año en que falleció, Karl Kraus editó en Viena la revista Die Fackel, La Antorcha. 922 números, con más de 20.000 páginas casi todas escritas por él. Asistió en primera fila a la decadencia del imperio austrohúngaro, a la Primera Guerra Mundial y al ascenso del nacionalismo germano y la llegada del nazismo. Fue testigo de un momento eufórico y brutal de Europa, dueña del mundo, juvenil, guerrera y suicida y lo contó con el sarcasmo de alguien que sabe a dónde conduce tal entusiasmo desenfrenado. Esa época del primer tercio del siglo XX es la del dominio de la burguesía. Los empresarios, sus retoños y las señoras de la casa, los intelectuales y los artistas provocaron un estallido de creatividad y riqueza en todos los campos. Consiguieron lo que se proponían: altas torres de hierro, palacios de cristal, la conquista de lugares inaccesibles como el polo norte, el aeroplano, el coche de carreras, hasta la desintegración del átomo. Son años de dominio sin contestación de una clase que se creía en la cima y de un continente que se afirmaba en el centro del mundo. La guerra fue una consecuencia de tantas energías desatadas.

Karl Kraus es la conciencia escéptica contra la insensatez. Observa cómo funciona la maquinaria del Estado, la escenografía judicial, la prensa, las costumbres burguesas; cómo abusan de su dominio sobre las clases inferiores, cómo las machacan retorciendo la ley o saltándosela; cómo fuerzan el lenguaje; cómo predican lo contrario de lo que ellos se permiten. Kraus se mofa de la hipocresía, del lenguaje ampuloso, de la moral de pacotilla. A veces utiliza una prosa mordaz que revela las inconsecuencias, las hipocresías, otras veces se torna irónico o sarcástico, a veces reproduce los tics estilísticos para darles la vuelta y hacerlos decir lo contrario de lo que afirman. Le basta con reproducir fragmentos de periódico, de discursos, de alegatos o de libros para que la crueldad, la torpeza o la maldad del personaje salga a relucir. Tal es el caso, por ejemplo, del libro que publica el as de la aviación Manfred von Richthofen, El piloto rojo, en 1917. Krauss pone en evidencia la escasa distancia que separa al héroe del asesino en serie. En los extractos del libro, el barón aparece como un cazador ávido de sangre: “Siempre tiene que llover sangre de pilotos ingleses”. “Mi observador disparó duro con la ametralladora contra los tíos esos, y nos lo pasamos cojonudamente”.
Kraus arremete contra los que avivan el espíritu guerrero sin haber puesto el pie en el campo de batalla o contra los que exaltan la guerra desde el centro del combate sin haber salido de Viena, como es el caso de Von Hofmansthal.
Kraus combina la selección de fragmentos, especialmente de la prensa, con largos comentarios suyos. A veces, le es suficiente con poner los extractos uno detrás de otro para mostrar la banalidad o la maldad de los periodistas o políticos.

Un buen ejemplo es el titulado “El baluarte de la República”.  A partir de un suceso de 1927, el enfrentamiento entre milicias socialdemócratas y derechistas, en el que murieron dos personas, y la posterior absolución de los que dispararon, se desata una locura: algaradas que acaban con el incendio del palacio de Justicia y reacción violenta de la policía que causa 89 muertos. Kraus yuxtapone declaraciones de testigos, policías, políticos, periodistas, médicos y víctimas para mostrar la corrupción del lenguaje y su uso para el dominio de la atmósfera política, a veces señalando la procedencia, otras destacando en cursiva una frase:
Pongamos por caso, un caso completamente imposible a nuestro juicio, que muchos de los muertos fallecieron por errores o por actos de crueldad de algunos policías en concreto. Por el amor de Dios, ¿qué tiene eso que ver con la burguesía y sus convicciones”.
“Expreso a los miembros de la policía la gratitud y el reconocimiento del gobierno federal por su actitud enérgica y, sin embargo, moderada”.
“De un escritor alemán del Reich, que fue testigo (…) Casi da la impresión de que poco a poco han ido interpretando como la caballerosidad de su brava policía (…) El oficial que… ordenó ¡fuego! Decididamente cosechará ingratitud. No obstante, salvó a Viena del hundimiento, del pillaje y probablemente de cosas peores. Viena tiene la policía más paciente y fiable”.
Incluso aunque se admitiera que se produjeron algunas irregularidades aisladas, cosa que hasta ahora no ha sido demostrada, incluso en ese caso habría que decir…”

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