domingo, 13 de febrero de 2011
Los arribazos del Esla
El día se ha ido cubriendo de nubes que a los largo de la jornada se aprietan y oscurecen. No ha llovido, aunque en algún momento parecía que el viento que al comienzo de la tarde ha comenzado a remolonear traía alguna gota suelta. Se anuncian lluvias para el día siguiente, pero ahora la luz gris de febrero, violácea a medida que pasan las horas, acompaña la excursión en torno a Muelas del Pan en Zamora.
Este pueblo a orillas del Esla debe su nombre a las muelas que en él se fabricaban para los molinos de harina. En sus alrededores por senderos húmedos, a veces enfangados, aparecen surgencias, regatos y fuentes de distintas épocas desde la Edad de Bronce hasta el XVIII, donde no es difícil encontrar sepulcros antropomórficos, excavados en roca, reaprovechados como abrevaderos para el ganado.
En dirección al río, los hombres en un trabajo que ahora asombra arrastraron lajas de piedra granítica para cercar pequeños terrenos que tanto servían para minúsculas huertas como para pequeños apriscos o tenadillas.
Aunque el paisaje ha sido modificado brutalmente en las últimas décadas para construir el embalse, la variante de la carretera y el puente, se adivina ante esa naturaleza erizada la difícil vida de quienes han persistido durante siglos en vivir en estos parajes, porque la piedra, en muy variadas formas, es lo que no falta en la comarca.
Acercándonos al Esla, bajando por los ribazos, aparecen las muelas y los remansos de agua, los pequeños abrigos construidos a la par entre la naturaleza y el hombre huellas de los antiguos molinos que por aquí abundaban. Cantos rodados de diversos tamaños permanecen en inestable posición hasta que la acción meteórica prosiga su trabajo. Un paisaje que invita a la contemplación con interrogantes en la mirada, entre ellos la incredulidad ante la evidencia de que aquí los hombres vivieron y trabajaron en épocas muy recientes.
El Esla que sale del embalse de Ricobayo, cerca de Muelas, se va estrechando a medida que las paredes de granito fragmentado se elevan por la erosión del río. Si se sigue unas leguas abajo el Esla se encontrará con el Duero, en el embalse de Villalcampo, sin que el el paisaje de esos cantos lavados y brevemente detenidos en difícil equilibrio varíe mucho.
La presa de Ricobayo en la dirección opuesta muestra las señales del mayor caudal de otros tiempos. Desde la ermita del Cristo de San Esteban, situada sobre el embalse se tiene una excelente vista, si el tiempo acompaña, del embalse y es el lugar apropiado para reponer fuerzas.
En las últimas horas de la tarde, Zamora nos recibe con un sol mortecino. Acaban de restaurar el castillo de la ciudad, junto a la catedral, y ya es hora de ir a verlo. Castillo de la época de la reconquista, de mediados del XI, Fernando I lo construyó sobre los cimientos de otro anterior, y ha sido sometido a muchas reconstrucciones a lo largo de la historia.
En la última de Rafael Moneo, queda visible su curiosa planta trapezoidal, así como los lienzos del XVII. Conserva el perímetro rodeado de un profundo foso, los muros principales, el patio de armas y la torre del homenaje. El interior del castillo es al tiempo un museo de escultura de Baltasar Lobo. Sus almenas son un magnífico mirador para ver la ciudad, el río y la vecina catedral.
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