lunes, 7 de febrero de 2011

Covarrubias y Kristina de Noruega


Viniendo de Burgos por la carretera de Soria y tomando el desvío hacia Mecerreyes, el caserío de Covarrubias aparece en una hondonada, un pequeño valle abierto por el Arlanza y a resguardo de los fríos vientos de la zona.


El lugar protegido encantó a cuantos lo visitaron, porque sobre un castro romano Chindasvinto construyó la primera villa fortificada, y sobre ella, tras el paso de los árabes, sucesivos condes castellanos la fueron dando forma y amurallando, Fernán González y su hijo García Fernández, con quien la villa adquirió su momento de gloria al convertirse en Infantado, centro de una extensa región eclesiástica y civil para disfrute de sucesivas infantas, con posesiones en muchas provincias de Castilla.


Sin embargo lo que puso en el mapa de la imaginación a la villa fue la llegada de una princesa noruega, Cristina, que había de casarse con Alfonso X para darle el heredero que su legítima esposa doña Violante no le daba. Pero ocurrió que justo cuando llegaba Cristina, la esposa de Alfonso X quedó embarazada.

Así que Cristina se tuvo que conformar con esposar al hermano del rey, Felipe, a la sazón abad de la Colegiata de San Cosme e Infante de Covarruvias, cuando ya no quedaban infantas que lo rigiesen. Felipe dejó sus hábitos religiosos para tomarla por esposa, en Valladolid, en marzo de 1258. De ese modo Cristina se convierte en Infanta de Castilla. La princesa nórdica, ya fuese por melancolía o por el duro clima de Sevilla para quien estaba acostumbrada a los fríos, donde se había trasladado a vivir con Felipe, enfermó y murió cuatro años después de su boda, sin dejar descendencia.


 Su sepultura está en el claustro de la colegiata de la villa de Covarrubias. Allí acuden los amantes del folclore sentimental, animados por varios libros que bajo la moda de la novela histórica novelan ese curioso sucedido de la princesa noruega, siendo la más reciente la de Espido Freire.

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