sábado, 29 de enero de 2011

Noche de tormenta

Tras el tormentón de anoche, de tambores y fuegos, amanece un día limpio y algo fresco. Hago una de las cosas que más me gusta cuando vuelvo por Barcelona, husmear en las librerías de viejo. Tengo en las manos La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, de Siri Hustvedt. Comienza con unos versos de Emily Dickinson:
En la Mente sentí una hendidura- / Como si el Cerebro se me hubiera partido- / Traté de unirlo -Comisura a Comisura- / Pero no lo he conseguido.
Se que le gustará a mi hija y al tiempo la inquietará, pero puede resultarle de ayuda tras ser herida por el rayo. Oigo que alguien pregunta por un libro sobre Dalí, ese nombre del pleistoceno. Es Ignacio Vidal Folch, del que acabo de leer el artículo que esta mañana edita sobre las listas. Se lo digo, con ese temblor que aún profeso ante los nigromantes de la letra impresa. Me da las gracias por leerlo y le pregunto si conoce las listas que cada fin de semana hace Arcadi Espada o su alter ego Adrián Campos en su blog; me dice que no, aunque manifiesta ser su amigo y que no es reacio a internet como yo había supuesto, no sé sobre qué base. Quizá por los muchos apuros que tantos parecen sentir ante el abismo de internet, el abismo de la escritura descompuesta, sin caja y con una jerarquía nueva por definir. De eso va el pálpito de Babelia. Un abismo de infinitos (¿los infinitos de Banville?), en versos de Goethe:
"Todo lo concede la Fortuna a su favorito, / por completo. / Los gozos, los infinitos; / las penas, las infinitas, por completo".
La comida en casa de Javi es un dulce y suave cuscús que añoraba de mis pasados días de Marruecos. La expo del CCCB, que no puedo ver por falta de tiempo, invita a una larga y peripatética discusión sobre esa presunta deshispanización de España que los chicos de Ramoneda parecen propiciar. El barroco castellano y el noucentisme catalán; D'Ors y el chico Sostres, que comienzan donde no esperaban acabar, o quizá sí. Dalí, Boadella. Y luego Quevedo y Cèline. El Cèline sobre el que Francia no quiere hablar por ser un mal hombre, a pesar de ser un grandísimo escritor. ¿Terminaremos por quemar las obras de Quevedo por su resentimiento y odio a todo lo diferente?

A última hora un hombre convertido en pancarta humana, manifestante único, pasea un lema por el Paseo de Gracia, con el que muchos estaríamos de acuerdo: "Estic fins als nassos dels oscars".

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