viernes, 28 de enero de 2011

Ciudades marroquíes: Marrakech


Rodeada de grandes fincas de olivos, la extensa ciudad de Marrakech se pierde en un horizonte plano en el que emerge una única referencia: la Kutubia, el minarete almohade del siglo XII.


Sin embargo todos sus caminos desembocan en el bullicio de la plaza de Jamaa el Fna, algo así como plaza de la muerte por las ejecuciones que allí había en otro tiempo. Es un lugar de esparcimiento, un circo al aire libre donde cualquier cosa puede suceder y como todo espacio abierto al público una promesa de libertad.


Orientado por el este al gran zoco y por el oeste a la Kutubia el interés de la plaza reside en el ir y venir de la gente, en su cosmopolitismo, en los pequeños sucesos que ocurren donde se encuentran el mirón desocupado y el hombre que lucha por ganarse la vida: encantadores de serpientes, echadoras de cartas, sanadores, arrancadores de dientes, tatuadoras con henna, malabaristas y acróbatas, aguadores, músicos y los cuenta cuentos del atardecer, gracias a los que Juan Goytisolo consiguió que la UNESCO declarase a la plaza patrimonio oral de la humanidad. Las terrazas elevadas de los cafés son el mejor sitio para observar y fotografiar. 


Lindando con el zoco, pequeñas paradas que ofrecen los frutos de la tierra y una serie de pequeños restaurantes llenos de color, olor y sabor comienzan a humear tras el rezo del atardecer, haciendo la atmósfera irrespirable y grasienta, poco apta para espíritus delicados. 


Por supuesto Marraquech, la ciudad rojiza, es mucho más:  mezquitas, palacios y mausoleos reales o el Mellah, antigua judería de Marrakech.


Las murallas almenadas -19 kilómetros- de arcilla rojiza, el color típico de la ciudad, que ciñen la medina o centro histórico, el zoco de curtidores o el jardín de la Menara con su estanque de 200 por 150 metros, creado en tiempos de los almohades, desde donde se puede ver el Atlas nevado. 


O el palacio de la bahia o "de la bella", dedicado por un visir, Ahmed ben Moussa, a la favorita de entre las 4 esposas y 24 concubinas de su harén, una sucesión de patios, jardines, salones -160 habitaciones- en una sola planta para facilitar el desplazamiento de un visir tan rijoso como obeso.


Los hoteles son modernos y agradables y la comida acepable en los restaurantes populares y buena en los lugares que se han adecuado al turismo occidental.

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