Algo parecido defiende el filósofo Tomás Pollán, reacio a la atención pública, cuando habla del ¿Fin de la excepción humana? Recuerda las tres grandes "afrentas" que, según Freud, la ciencia ha infligido al "amor propio" de los seres humanos:
"cuando descubrió que la tierra no es el centro del universo; cuando la teoría de la evolución redujo a la nada el privilegio del hombre como un ser excepcional en la creación y cuando, con su teoría del inconsciente, el psicoanálisis sembró la sospecha de que el yo "ni siquiera es el amo en su propia casa".Y señala,
Mientras el pensamiento occidental se centraba en dialogar con la física y la matemática, la biología le adelantaba por la izquierda a toda velocidad. Si la filosofía se resiste a asimilar del todo la lección de Darwin es porque, por remoto que parezca, existe un vínculo entre la vieja doctrina de la unicidad de Dios y la de la excepción humana. Esta tiene "el estatuto de una trascendencia". Liquidar esa teoría es liquidar el antropocentrismo, el esencialismo y la teleología (la creencia en la existencia de una causa final). A algunos les produce "zozobra" reconocer que el cosmos no emite señales, que es mudo e indiferente. Lo mismo que admitir que la evolución no supone necesariamente progreso: "No se supera nada con el hombre".
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