jueves, 27 de enero de 2011

El discurso del rey

Los actores están espléndidos, no sólo el presumible óscar Colin Firth, los de primera fila y los secundarios, una pléyade de actorazos británicos; la escenografía reconstruye con un cuidado exquisito los interiores en que se movió Jorge VI, el vestuario, la técnica disponible en el momento; el guión está bien documentado, bien pautado, los diálogos combinan sabiamente la emoción con un ligero suspense; el contexto histórico añade las pinceladas adecuadas para que cualquiera se sitúe sin excesivo esfuerzo: la familia real y Churchill, Chamberlain y Hitler, Wallis Simpson y la declaración de guerra; se expone un tema de interés, progresista, a tono con nuestra época, que requiere el asentimiento del espectador por el que será premiado, aunque sea de forma ligera y exiga poca implicación: la tartamudez, así como cualquier otro defecto, puede ser vencida si se pone empeño. Jorge VI, heredero inesperado de su hermano Eduardo, que abdica para casarse con una divorciada de Baltimore, le hace buscar la ayuda de un terapeuta de trastornos del habla para superar la tartamudez que le avergüenza desde los cuatro años: el terapeuta, Lionel Logue, intima con él y con técnicas poco ortodoxas logra que el rey recupere su correcta dicción.

Un trabajo digno, de buenos artesanos, cada cual experto en la labor que le toca; un producto que rendirá en taquilla y en las televisiones. Calidad y primoroso acabado, que dicen los críticos, ¿pero con eso basta, la suma de buenos oficios hace una obra maestra? ¿Qué fue del gran arte? ¿Dónde quedaron los pioneros, los innovadores o los que volvían a los temas clásicos que permitían que la gente volviese una y otra vez sobre las grandes cuestiones. Los trágicos griegos y Shakespeare, los grandes comediantes y Chaplin. Y si quieren jugar con la historia que nos cuentos los problemas de entonces, el drama que estaba llegando. El discurso del rey es un producto para una época sin ambiciones, pequeñito, conformista, cuando, justo ahora, necesitamos una reflexión urgente sobre lo que nos sucede. ¿Es que no hay creadores? Sí que los hay, pero no parece que estén en el cine europeo, tan mortecino, tan insignificante. No tiene valor alguno que le den premios, que los periódicos hablen de ella, que tenga éxito: las grandes creaciones son polémicas, molestan, inquietan, azuzan. Eso es lo que nos hace falta.

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