lunes, 24 de enero de 2011

La democracia, de Clístenes a ZP

Quizá Zapatero sea recordado por sus reformas póstumas: la reforma laboral y de las pensiones, la racionalización del sistema financiero y la ruptura del nudo gordiano de las cajas. Reformas necesarias para salvar al país de la ruina, pero haría un servicio mayor si emprendiese una reforma política que devolviese la soberanía al pueblo.

En la Atenas de finales del siglo VII se decía que el hombre más bello de la ciudad era Harmodio. Harmodio estaba muy unido a su amante Aristogitón, pero alguien le había echado el ojo, uno de los dos tiranos que tras la muerte de Pisístrato reinaban en Atenas, Hiparco. Hiparco hizo lo posible por separar a los amantes porque deseaba a Harmodio. Parecía imposible quebrar o dasatender la voluntad de los tiranos. Pero el día en que los atenienses se preparaban como cada año en el barrio del Cerámico para iniciar la procesión de las panateneas, aprovechando el descuido general, cuando Harmodio y Aristogitón vieron llegar a Hiparco al Ágora, salieron a su encuentro y lo cosieron a puñaladas. Muchos lo celebraron, sin levantar demasiado la voz. Hipias, el otro tirano y hermano de Hiparco, perdió la templanza que hasta entonces había caracterizado la tiranía y comenzó a interrogar a muchos atenienses, empezando por los propios amantes, intentando averiguar quién había detrás de aquel crimen. No sacó nada en claro, pero mató a Harmodio y Aristogitón y consiguió que la tiranía fuese más odiada que nunca y la libertad más deseada. Todo el mundo sabía que aquel había sido un crimen pasional, no político.

Durante décadas, Atenas había sido gobernada por dos grandes familias, que en los momentos de crisis se arrebataban el poder la una a la otra, los almeónidas y los pisistrátidas. Clístenes, un alcmeónida, aprovechando la situación de cabreo de los atenienses, buscó una alianza con los espartanos, para desde su exilio volver a la ciudad. Al rey Cleomanes de Esparta no le costó mucho tomar la ciudad, masacrar las falanges de Hipias y enviar a este al exilio. Pero tras la victoria, Clístenes no estaba muy dispuesto a que el Ática se convirtiese en una región clientelar de Esparta, por lo que no cumplió con lo pactado con Cleómanes. Sin embargo, las falanges espartanas eran temibles, toda Grecia estaba atemorizada, ¿quién osaría enfrentarles? Entonces, en el 507 ac., a Clístenes se le ocurrió una idea brillante, revolucionaria. Todos los asuntos importantes habrían de pasar por la Asamblea de ciudadanos, varones mayores de edad. Los magistrados se elegirían de forma popular: las magistraturas eran anuales y no se remuneraban; los más importantes eran elegidos entre los ricos, los demás eran elegidos por sorteo entre todos los ciudadanos. Para la representación en el Consejo, dividió a toda la población del Ática en tercios, y de tres en tres en tribus; pero para que las antiguas familias dominadas por la aristocracia no se pudiesen imponer, hizo que los tres tercios de cada tribu procediesen de lugares alejados, por ejemplo, una del campo, otra de la costa y otra de la ciudad. La configuración de la tribu era artificial. Clístenes había inventado la democracia, nunca antes, ningún estado se había regido por un sistema semejante. La soberanía, pues, residía en el pueblo. Los aristócratas se rieron del invento, aquello no podía funcionar.

La prueba de fuego no tardaría en llegar. Cleómanes y sus espartanos entraron en Atenas para exigir que se cumpliesen los términos del pacto. No encontraron resistencia y ocuparon la Acrópolis, el lugar donde se mostraba el poder. El invento de Clístenes parecía acabado antes de ponerse a funcionar. Fue entonces cuando el pueblo de Atenas llegado desde los barrios populares se rebeló y empezó a gritar bajo la Acrópolis contra la tiranía y contra los espartanos. Cleómanes quedó sitiado, sin comida, sin agua y sin afeitar. Al cabo de seis días, pidió una tregua y negoció la marcha de la ciudad. La democracia ateniense no sólo derrotó a los espartanos, sino que poco después sería capaz, con ayuda de los demás griegos, de derrotar a todo un gigantesco imperio, el imperio persa de Darío. Clístenes completó su obra instituyendo el ostracismo: el pueblo podía decidir cada año expulsar de la ciudad a los políticos resentidos que no habían logrado una magistratura, y que por ello eran un peligro, escribiendo en un trozo de cerámica el nombre del más detestado.


Es posible que una parte importante de nuestra actual postración se deba a la imperfección de nuestra democracia. Tenemos grosso modo dos partidos, dos grupos mediáticos, una estructura financiera y un sistema electoral hecho a su medida. ¿Realmente la soberanía reside en el pueblo? ¿Cuánta democracia cabe en un sistema representativo, tan indirecto, tan lejano del elector, con una participación ritual cada cuatro años? ¿Qué opciones tienen las ideas no representadas por los dos grandes partidos; quién las difunde; quién las financia? ¿Quién configura las listas de esos partidos; quién elige a los líderes; quién los financia? ¿Quién controla las relaciones que se establecen entre los partidos y sus financiadores; entre los políticos y los media que hablan de ellos y a los que subvencionan? ¿Por qué los cargos públicos no tienen limitados sus mandatos? ¿Por qué el pueblo no puede echar a los malversadores, prevaricadores, nepotistas y demás corruptos, en vez de esperar a que por propia voluntad dimitan de sus cargos?

La democracia es el mayor factor contra la desigualdad, pero para que eso suceda el pueblo debe ser de nuevo soberano. 
Por poner un ejemplo, la mayoría de los españoles preguntados en una encuesta reciente dice que, cuando escucha a su presidente del Gobierno hablar de economía, piensa que este sabe poco o nada de lo que está hablando (para ser exactos, un 62,4%). El dato es un poco penoso, si se piensa en la situación económica actual. Pero miremos al futuro. Ese reconocimiento de desconfianza puede tomarse como un punto de partida, y a partir de él los españoles pueden hacer varias cosas. Una es quejarse amargamente, y otra es aprender economía ellos mismos.

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