Mi padre poseía una granja en el lado occidental del Misuri, por debajo del río, donde la meseta de Ozark desciende para unirse a la llanura. Es ésta una región surcada por riachuelos, rica en pastos que, buscando la luz del sol, surgen en medio de valles llenos de arbolado y se extinguen sobre enhiestas rocas calizas. Es una bonita comarca. No despierta admiración, como hacen otras, pero a su modesta manera es una tierra fértil en la que abunda el maíz, los caquis, zarzamoras, nogales negros, hierba de forraje y rosas salvajes. La granja, ochenta hectáreas bañadas por las lentas y parduscas aguas del Little Tebo, se enclava en su centro. (Comienzo).
Sé muy bien que hay mejores procedimientos para conocer una época, trabajosas series estadístias, documentos privados, contratos, la sociología, la historia, pero cuando se encuentra la novela adecuada, pocas cosas pueden explicar mejor el espíritu de una época. Y hay muchas novelas de aquella época, las primeras décadas del siglo veinte, pero una vez pasada la fiebre y el tabú de las vanguardias, quizá no sean Joyce y Faulkner, Schoenberg o Picasso quienes fabricasen los artefactos más adecuados para comprender lo que entonces moría y nacía, como la vida se rehace en cualquier época.
Durante páginas y páginas se ha detenido la miel en mis labios, saboreando lo que les ocurría a estos pocos personajes de una familia de la América profunda, el padre y la madre, Mattew y Callie, las cuatro hermanas, Jessica, Leonie, Mathy y Mary Jo, y unos pocos personajes más. La novela, dividida en secciones dedicadadas a cada uno de ellos, va haciéndolos crecer, madurar y desaparecer ante nuestros ojos, atrapados en los cálidos veranos de una granja de Misuri. La dorada juventud, los primeros fracasos, el impaciente deseo, el sobresalto de la muerte.
Jetta Carleton, (1913-1999), que no escribió ninguna otra obra, con una escritura clara y eficaz, construye de tal modo sus personajes que no sabemos más que ellos, el mundo que nos muestra es el que ellos van descubriendo, la música, los libros, las labores de la granja, una granja parecida a donde ella vivió, los modas de la ciudad, no más pobre que el nuestro, acaso más profundo, como las grandes películas de entonces, aunque su profundidad no contuviese más riqueza, sino un modo diferente de tratarse y de comprender el mundo, con costumbres ya en desuso y una rígida moral y una autodisciplina que ahora no soportaríamos, pero que a veces añoramos en estos tiempos de gran mudanza, como también lo eran aquellos.
Al fin, si he disfrutado tanto leyéndola es porque está bien contada, porque nos habla de personas reales que topaban con problemas parecidos y distintos a los nuestros y se afanaban en resolverlos cada uno de forma distinta, pues sabemos que de poco sirve la experiencia de los demás y cada uno ha de encontrar laboriosamente su camino, y porque la novela está escrita sin el fardo que muchos escritores de entonces y después tuvieron que soportar, construir una obra maestra.
Cuatro hermanas, MoonflowerVine, es una delicia de principio a fin y a quien le guste dejarse llevar por una historia de las de antes que la lea, no se arrepentirá.
2 comentarios:
Me hago eco de tu propuesta.
Petó
No te arrepentirás.
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