martes, 26 de octubre de 2010

El suicidio de Catón


Cerca de la antigua Cartago, que una vez había desafiado a Roma y por ello fue demolida piedra a piedra, otra ciudad, Utica, se disponía a resistir, en el 46 ac. Pero esta vez, a ambos lados de las murallas que protegían la ciudad, había legiones romanas. El que la asediaba era un César victorioso que, al cruzar el Rubicón, había desafiado la autoridad del Senado. César era el general que había conquistado las Galias, enviado como procónsul por el propio Senado, pero también el que acababa de derrotar al gran Pompeyo que representaba la autoridad de Roma. César no se conformaba con ser un ciudadano cualquiera que cuando acaba el mandato que se le ha otorgado vuelve a ser uno más, como hasta entonces habían hecho el resto de los generales. Al otro lado, en el interior de la ciudad de Utica, Catón, era el líder moral de la resistencia contra César. Nadie mejor que él representaba los valores de la República. Austero, honrado, conocedor de la tradición. Si la victoria se decantaba por César la República habría acabado.

Desde el inicio de la guerra civil, los romanos estaban divididos, aunque poco a poco la suerte se había ido decantando hacia los enemigos de la República. Pompeyo, el conquistador de Oriente, nunca quiso convertirse en dictador, en él se mantuvo la tradición que permitía que los ciudadanos luchasen por su gloria personal, sin destruir la legalidad republicana; en ese difícil equilibrio, que había pervivido durante casi quinientos años, residía la fortaleza de Roma y su superioridad sobre los pueblos que había ido conquistando. La libertad era el valor supremo. Los magistrados se elegían por un año. Pompeyo, mientras desfilaba por el foro, en sus momentos de gloria, como antes lo habían hecho otros, llevaba un esclavo detrás que le iba repitiendo, "recuerda que eres un hombre". Pero las legiones de Pompeyo fueron derrotadas en Farsalia. Así que sólo Catón quedaba como símbolo viviente de esa libertad con la quería acabar César. César además de reconquistar el Oriente de Pompeyo, había acabado con las legiones de Metelo Escipión y de esa manera también África era suya. Sólo quedaba la Utica de Catón. ¿Cómo resistir, cómo preservar la libertad de Roma?

Catón después de una cena frugal, que tomó de pie, tal como había prometido hasta que César fuera derrotado, se retiró a su dormitorio y después de leer un rato se clavó un puñal. Ese fue el medio que encontró para robarle a César la ocasión de prodigar de nuevo su famosa clemencia. Catón no le podía derrotar con las armas, pero podía derrotarle con un gesto, su suicidio. El propio César lo reconoció: "Igual que tu me envidiabas la posibilidad de perdonarte, Catón,  yo te envidio esta muerte". César volvió a Roma con una victoria engañosa que los ciudadanos de Roma no estaban dispuestos a reconocer. El poder obtenido por la fuerza era frágil, todo ciudadano romano que alcanzaba la fama, quería también el reconocimiento. Así lo habían sabido y buscado los generales que volvían de una conquista y desfilaban ante el foro. Incluso muerto, Catón era el enemigo irreductible de César. Así que cuando César quiso dirigirse al senado, sesenta senadores le rodearon, sacaron sus dagas debajo de sus togas y las abatieron sobre él.

Algunos años después, Octavio Augusto, insensible a la tradición, a los gestos, a la moral republicana, tomó el poder sin escrúpulos. Cuando tuvo que demostrar su imperio ante Antonio y Lépido, con quienes formaba triunvirato, aceptó que su antiguo valedor, Cicerón, el último representante de los valores republicanos, fuera asesinado y su cabeza y manos expuestas en la rostra, en el foro. Allí la mujer de Antonio, Fulvia, que le profesaba un odio sin cura, atravesó con horquillas de oro la lengua del mejor orador de la historia de Roma como venganza por sus Filípicas contra Marco Antonio. Dos formas de morir que señalan el foso que se había abierto entre dos épocas en esos pocos años.

Todo esto lo cuenta Tom Holland en Rubicón, auge y caída de la República romana. Rubicón es un ensayo extraordinariamente bien escrito, ameno, que atrapa como la mejor novela. No es necesario leer novelas históricas para bucear en el pasado, al contrario, los historiadores son más fiables y si escriben bien, como es el caso de Holland, el placer que produce su lectura es mayor que la entrega a la fantasía de los novelistas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Toni. Mira, hace poco también terminé el libro de Holland, aunque he de decir que no estoy de acuerdo con él, y consecuentemente tampoco contigo. Creo que Cesar intentó seriamente evitar la guerra con propuestas de retirarse a otra parte y abandonar gran parte de sus legiones, como comentan otros autores. Sin embargo quisieron ir a por él a toda costa has que pasó lo que pasa. Luego está Pompeyo. Pompeyo deseaba una preeminencia política que era contraria a la república. En aquellos años el poder se va desplazando desde el Senado a ciertos militares poderosos como el propio Pompeyo. Tom Holland escribe bien, pero acertar es otra cosa.

Quique

Toni Santillán dijo...

Es cierto que César aparece en el momento de mayor tensión entra las dos fuerzas que sostenían y a la vez se enfrentaban durante la República, el Senado y el pueblo que se manifestaba en la Asamblea Popular. Los senadores tenían sus intereses y defendían una libertad y dignidad que convenía a su posición social, pero los tribunos de la plebe, como los Graco o los populistas como César utilizaban al pueblo en sus propios intereses. La historia de César es una historia de crueldad y demagogia, de corrupción y de fuerza bruta a su servicio. Los que lo ensalzan como un gran hombre suelen estar intoxicados por lo que él mismo escribió. A César sólo le interesaba él mismo.

Anónimo dijo...

Bueno, yo considero que a César no le interesaba él mismo, al menos no únicamente. Todos los autores que he consultado coinciden en presentarlo como alguien que comprendió bien la necesidad de importantes reformas, cosas a las que la república ya no supo dar respuesta. Ahí entrarían leyes de reforma agraria y concesión de ciudadanía a provincianos, medidas a las que los senadores, que eran los verdaderos corruptos, se mostraban reticentes. En cualquier caso te puedo asegurar que la crueldad y demagogia ya existían mucho antes de César, a quien no calificaría así sin una explicación de su contexto. Por lo demás recibe un sincero saludo.

Quique