sábado, 2 de octubre de 2010

Al pie de la escalera

El mundo se va desplegando ante los ojos de la narradora como una alfombra verde. A medida que avanza y las cosas se van aproximando el verde es menos intenso o más variado en sus tonalidades y aparecen otros colores asociados a la multitud de seres vivos que pueblan la alfombra. La narradora de veinte años abre los ojos el día que su compañera de piso le llama una mañana para decirle que acaba de despertarse llena de horror y felicidad, ha pasado la primera noche con su novio y contempla ante el televisor el derrumbe de las torres gemelas. La novela avanza por acumulación de detalles y observaciones, como en un cuadro impresionista una barca es unas pocas pinceladas oscuras que interrumpen el lento fluir de ocres, naranjas y verdes. Los dos compañeras se echan a reír, "en un torrente de risas asustadas, culpables, desesperadas, que jamás he visto en mujeres mayores de treinta años". Durante un año, el que sigue al 11S, la chica narradora, que sale de la granja de sus padres, acude a la universitaria Troy, en el medio oeste, y encuentra su primer trabajo como canguro de una niña afroamericana, adoptada por una pareja acomodada, e irá comprendiendo por qué los adultos no ríen así, del modo en que ella y su compañera lo hacen.

Con gran facilidad para ver y mostrar la cambiante naturaleza con la evolución estacional, los pájaros, las flores, los árboles, la lluvia, el viento, la luz solar, o la vida de los hombres, en la granja de su padre dedicado a experimentar con cultivos que tienen éxito en los restaurantes de la ciudad; de su madre, entregada a las flores de su jardín siempre que se lo permiten sus nieblas mentales; de su hermano Robert a un paso de acabar la secundaria y entrar en la escuela de conductores de camiones; del novio brasileño que reza pero que no canta samba ni bossa nova; de Sarah, la mujer delgada, moderna, progresista, que tiene un restaurante a la moda de platos con nombres pseudoliterarios, que la contrata como canguro; de su marido Edward, un profesor que investiga en un laboratorio; de todos esas personas -mujeres- que se mueven en el mundo de la adopción; de Mary-Emma la niña que es adoptada por esta familia que ha venido desde el este a vivir a Troy. Las cosas como los días van sucediendo con una intensidad parecida, con leves gradaciones que indican alguna disrupción o discontinuidad con la aparición de algún elemento extraño que no acaba de adquirir su recto perfil en las anfractuosidades del terreno. Se intuye que algo va a pasar como cuando en el horizonte se acumulan nubes algo más oscuras o el viento cobra intensidad. La vida no es sólo florecimiento, ni sólo colores vivos. Las descripciones van generando expectativas, aunque no todas se cumplan. Robert se gradúa y se alista en el ejército, el novio no es brasileño, la adopción no es tan fácil como parecía, Sarah y Edward tienen una historia detrás. Murph, la compañera de piso y la narradora se están haciendo mujeres, suben los escalones, entran dentro de la casa, se enteran de lo que sucede dentro, aunque, quizá, no querrían saber. Los adultos se reunen para discutir, les preocupa su posición social y la sanción de sus conductas, ¿qué está bien, qué está mal?, ¿qué es moderno, qué no lo es?, ¿en qué nos equivocamos, hasta dónde llega nuestra responsabilidad?, ¿podemos empezar de nuevo o tendremos que seguir huyendo?

Lorrie Moore ha sido uno de los éxitos de la temporada pasada con ésta Al pie de la escalera. Escribe con agilidad, a veces excesiva: su gracia está en la acumulación de detalles que va generando sentido, pero no siempre es así, no todos los detalles son significativos, como la ironía que a veces se pierde por su sutileza, por la traducción. Algunas veces parece que sus frases se anudan, aunque no sé decir si es culpa de la traducción. La novela es como una composición que hiciese variaciones sobre varios temas: el aprendizaje, la adopción, las relaciones de pareja, la culpa, la familia, sin dar peso a ninguno de ellos, como un pintor que mostrase el panorama y sus puntos de interés. Por supuesto está este tiempo histórico, como el decorado que se aprecia al fondo, la música, mucha música, la comida, mucha comida, el vestir, las costumbres, la tecnología, la política, la guerra, las películas, la vida de los hombres urbanos de comienzos del siglo XXI, esperanzados, asustados, culpabilizados, con ganas de aprender, de huir, de querer y que les quieran.

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