martes, 3 de agosto de 2010

Ni un solo coche en la ciudad


Una frase que se suele decir con gran petulancia es, ¿por qué nos quieren engañar?, como si quien la pronuncia estuviese al cabo de la calle y listo para que nadie pase por encima de su independencia o pisotee su libertad. La verdad es que nos engañan una y otra vez y casi siempre nos relamemos con satisfacción cuando caemos en cualquiera de sus trampas.

El automóvil fue un invento útil cuando sólo lo podían consumir los ricos. Como en las pelis, como en las novelas de la época, la gente en la calle admiraba y aplaudía la elegancia, la limpieza, el dolce fare niente de los ricos, cuya vida consistía en mostrarse y entretener el ocio de los pobres y de vez en cuando soltar una moneda. Como hoy, más o menos, con la diferencia de que lo que hoy se espera es ver su fracaso, sus  lágrimas o cómo se estampan contra el  muro. El automóvil por tanto se convirtió en un signo de medro hasta que su abundancia lo convirtió en banal y en un estorbo para la vida. Su decadencia es coetánea del final del cine y de la novela. La aristocracia nos resulta risible y la vida burguesa que se creyó generalizable en un riesgo mortal para la vida en el planeta. Pensaba yo que la crisis económica aceleraría la desaparición de ese artefacto de nuestras vidas, pero nadie, ninguna opción política ni intelectual, tiene entre sus propuestas la erradicación del automóvil. Como el carro está destinado a los museos etnológicos. Mientras eso no ocurra la vida de la gente en las ciudades es una vida degradada.


Los políticos con su incapacidad -ligada a los intereses empresariales de que dependen para seguir ahí- para detectar los problemas reales promueven nuevas formas para llegar al colapso de las ciudades. Primero los coches que no necesitan carnet y ahora el coche eléctrico, esa engañifa. Los coches eléctricos no tienen autonomía para los grandes viajes, por lo que sólo valen para la ciudad colapsada. Aunque curiosamente al mismo tiempo promueven la peatonalización. Un partido valiente promovería la erradicación del coche de la ciudad y su sustitución por servicios públicos: metro, tranvías y autobuses eléctricos y mucha bicicleta. Como antes en la minería del carbón, dedican ingentes cantidades de dinero a subvencionar proyectos de las automovilísticas con la excusa de mantener empleos y de promover revoluciones tecnológicas. Quizá lo que ocurra en realidad es que los sistemas de representación política, creados por la burguesía del XIX, estén tan obsoletos como el cine, la novela y el automóvil.

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