jueves, 10 de junio de 2010

"Yo soy moderno"


El grito "yo soy moderno", en sus diversas variantes, atravesó las calles europeas desde XIX hasta los años 30 del XX. Pero perdió toda carga revolucionaria cuando alguien lo convirtió en un himno y una bandera y quiso vivir de ello. La Revolución institucionalizada es doblemente cruel porque añade el engaño al crimen en nuestro propio nombre.
Ante las conductas premodernas ya pasó el tiempo de la ironía o la irrisión, ahora resultan simplemente patéticas. Las sotanas negras o blancas en las calles, y aún más los cuellos blancos de celuloide -esas supersticiones ambulantes-, los individuos que añaden títulos a sus nombres o en las puertas de sus despachos, los patriotas de patrias viejas o nuevas, no pueden causar extrañeza o ser objeto de intriga psicológica, sólo pueden producir pena.
Pero qué decir de los modernos: artistas, progresistas, revolucionarios, de cuyas bocas sale el "pueblo" como un espumarajo. Qué decir, por ejemplo, de los personajes que aparecen en la foto, esos hermanos Castro coreanos, de sus libretitas, de su devoción al Jefe, de sus marmóreas sonrisas, del corte de sus trajes. No vale el sarcasmo con ellos, ni siquiera el escupitajo si se dejasen ver un un lugar democrático, lejos de sus cárceles y lugares de tortura, sólo les cabe el título de criminales y una instancia judicial que les juzgue y los saque del presente lo más pronto posible. Pero no sólo son zombies -muertos en vida- esos dirigentes que tienen, desde hace tantos años, encarcelados a sus convecinos, también lo son los que en sus patéticas arrugas aún exhiben el viejo grito muerto de "yo soy moderno". Nuestras salas de prensa, festivales de cine, congresos de la lengua, referendum soberanistas están llenos de zombies con sus grititos de rebeldes modernos.
Un  tic similar, aunque sin torturas de por medio, puede apreciarse en los mítines o congresos o reuniones de nuestros partidos políticos, una devoción parecida, unas sonrisas más ensayadas, más teatrales, pero igualmente huecas. También ellos son zombies, están fuera del tiempo, aunque se resistan a marcharse. Su obsolescencia ha generado la humillante y sucia crisis que estamos viviendo. Necesitamos un nuevo grito que, como los primeros románticos hicieron con su ironía ante los personajes del Antiguo Régimen o de las Academias del Arte, su sola presencia pública, sus gastadas palabras, sus gestos repetidos les haga ruborizar ante su nadería.

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