miércoles, 9 de junio de 2010

Canino (Kynodontas)

Tenía que venir de la Grecia quebrada esta película que emparenta con los imaginativos creadores del pasado, el Buñuel de El Ángel Exterminador o el Passolini de Teorema, por ejemplo. Una fábula necesaria, actual, que dice lo que los profesionales de la realidad no han querido o no han sabido decirnos por incapacidad o porque estaban enredados con sus eufemismos, hasta el punto de creerse sus propias mentiras.
En Canino, una familia burguesa tiene enclaustrados a sus tres hijos, en una casa amplia desde cuyo jardín apenas se otea un fragmento de cielo por el que pasan aviones que los chicos esperan ver caer, pues en su mente entrenada su dimensión queda reducida a la escala de los juguetes. Los chicos aprenden y juegan sin contacto alguno con el mundo exterior. Sólo saben de ese mundo por lo que los padres les trasmiten, pues no hay teléfono, ni televisor ni medio alguno que les abra el pequeño panorama al que están acostumbrados. Hasta las palabras conflictivas son adheridas a significados irreales; el mar es una silla, un zombi es una florecilla blanca. Como no podía ser de otro modo, este mundo ucrónico terminará por derrumbarse cuando un elemento extraño, una chica que trabaja en la fábrica del padre -viene a adiestrar sexualmente al chico-, entre en contacto con los hijos y ponga en evidencia mediante pequeños desajustes el mundo cerrado creado por los padres.
La película está conducida con mano firme. Es una peli áspera, seca, sin concesiones al humor convencional, ni a la creatividad de los actores que dan el papel de jóvenes ingenuos, atrapados en una telaraña pegajosa que con dificultad pueden romper, pues sólo hiriéndose pueden salir del cerco al que han sido sometidos.

Frente a las autopistas de la interpretación como El Bosque de Shyamalan o La Cinta Blanca de Hanecke,  Ágora de Amenábar, Io sonno l'amore o Habitación en Roma, Canino nos conduce por sendas abruptas donde al paso nos salen elementos perturbadores que nos descolocan, a los que seguimos dando vueltas horas después de haberla visto, intrigados por su inaprensible significado. Película que todavía en una segunda o tercera visión nos seguirá intrigando.


Si alguien quiere conocer la urdimbre de nuestro tiempo, que vea esta peli, quizá empiece a descubrir el mundo de mentiras que nos habían construido o que hemos construido entre todos. ¡Hurra por Giorgos Lanthimos!

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