miércoles, 12 de mayo de 2010

Zp como Berlusca


Alguien podría echarse las manos a la cabeza -no sus muchos fieles- si yo dijese que Zapatero es Berlusconi, que ZP es Berlusca traspasados los Pirineos. Pero salvados los matices del gusto por unos u otros colores, no veo yo diferencia en cuanto al modo de concebir la política y ejercerla. Alguien comentaba el otro día una confidencia de Zapatero, éste aseguraba que la política es en un 90% teatro, y del otro 10%, no sabía.

Había que ver esta mañana en el Congreso la desenvoltura con la que anunciaba el radical giro a su política, unas medidas que ponen patas arribas el andamiaje que ha sustentado estos años su retórica social e internacional. ZP tiene una tecla que pulsa como un virtuoso, la tecla de la fibra cordial. A cada uno de sus contradictores les iba devolviendo uno a uno los golpes que ponían en evidencia su contradicción con un ejercicio de acercamiento, proximidad y calor, de modo que era fácil ver el asentimiento y la emoción contenida de gente dura como Durán Lleida, Erkoreka o Joan Ridao, hasta donde yo he alcanzado a ver. No así con Rajoy, al que los fieles de ZP quieren ver aplastado en su asiento. El mismo envolvimiento y atracción aplicaba a los damnificados de sus medidas de choque, pensionistas y funcionarios, todos dispuestos a hacer los sacrificios necesarios por el bien del país y de la comunidad, aunque ellos nada hayan tenido que ver con el desastre, porque ZP-Berlusca no cuenta con que los damnificados se pregunten, ¿si yo no he tenido que ver con el advenimiento del desastre, por qué he de pagar?

Pero no sólo es Berlusca Zp en la manera de contender eróticamente con sus adversarios, clientes y gobernados, incapaces la mayoría de resistirse a sus encantos -casi todos los que han entrado en la Moncloa han salido transformados-, lo es también en su forma de llevar la manija del Estado. Ha sabido crearse un emporio comunicativo a su favor, con mayor habilidad que el torpe Berlusconi, pues ha puesto  televisivas, radiales o periodísticas en manos de amigos o deudores -ahora mismo los digitales le están convirtiendo en un hombre de Estado por saber interpretar tan correctamente los dictados de Washington y Berlín-, de modo parecido al General de infausto recuerdo, del que siempre se decía que nunca había metido la mano. Y así también los asuntos judiciales encauzados a su favor a través de los fiscales, la presión de los media o la de la calle.
La negación de la realidad o el cambio radical de política son problemas menores si se sabe tocar la fibra del espectador, siempre dispuesto, ya llueva o truene, a que gane su equipo aunque sea en el último minuto, de penalti injusto y a costa de su cuenta corriente.

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