martes, 11 de mayo de 2010

"Eramos tan felices con Franco"


Qué magnífico retrato, éste de Carmen Secanella. Otro hombre feliz. Otra historia más del perfecto hipócrita.

Es conmovedora la historia de estos hombres que llegada la última posada del camino se paran y escriben sus memorias. Los años divinos. Ni en el título de la obra que ha de forjar su definitiva imagen son originales y acuden al eco del periodista que mejor los definió -Joan de Segarra, La gauche divine- sin reparar en la burla que desarmaba su prosopopeya.
Estos hombres no hubieran sido otra cosa que lo que fueron, burgueses diletantes, sin el eco de periodistas y escritores que en sus crónicas los convirtieron en arrojados héroes antifranquistas a través de vergas desenvainadas y cubatas.

Así, este redactor que escribe la presumible necrológica del inventor de Bocaccio, cuando dice de Oriol Regás que fue "un tipo muy complejo", pues el hombre habría sido a un tiempo triunfador y perdedor, tímido y arrollador, romántico y pragmático, frívolo y serio, empresario y comunista. No hubo pues, ni hay ahora, otros hombres en la tierra, sino hojas volanderas, seres planos, apenas perfilados en altura y anchura, sin indicios de profundidad.

Como en las novelas burguesas del XIX -ya ha llovido- de donde todos estos hombres escaparon para cobrar vida terrena, no había espacio más que para estos aventureros y forjadores de la sociedad de su tiempo. Hay que ver hasta qué punto tenían asumido su papel:
"Al cabo de los años, me doy cuenta de que entre todos me fabricaron un personaje, que me gusta y por el que conservo un cariño especial, a pesar de que me convertí en un prisionero suyo". De ese personaje, escribe (página 248), heredó "una inseguridad, una sensación de estar en falso que aún continúo arrastrando. (...) Se me ha considerado empresario porque he montado empresas, pero yo nunca me he sentido cómodo con esa denominación. A mí siempre me interesó el éxito del proyecto, no el dinero. Cuando una empresa funcionaba, dejaba de interesarme y me planteaba otros retos".

Tuvieron las espaldas cubiertas, su abuelo era falangista; su familia burguesa:
 "No he tenido miedo a nada. He tenido la intuición de estar en el momento justo en el lugar adecuado".
Se lo pasaron en grande:
 "'Mientras tengamos dinero, lo gastaremos. Luego, ya veremos (...). Tuve claro que hacía falta un local donde se pudiera hablar y a la vez divertirse (Bocaccio), de ahí las dos plantas. Ese local debía tener un servicio impecable, donde el portero diera las buenas noches al cliente, llamándolo por su nombre y apellido, cuando salía de madrugada a cuatro patas. En esos momentos todos necesitamos sentirnos dignos y que nos traten con cariño".
Y toda una troupe les hacía la claque. No sólo eso, además quieren que les estemos debidamente agradecidos por lo mucho que contribuyeron. ¿A qué?

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