sábado, 8 de mayo de 2010

El cónsul de Sodoma


Tras lo oído y lo escrito tenía un montón de prevenciones sobre El cónsul de Sodoma. La mayor parte estaban injustificadas. No es que sea una obra maestra, pero es una peli que se sostiene con dignidad. Hay dos aspectos a destacar, la vida sexual de Jaime Gil de Biedma no ocupa la mayoría del metraje, aunque sí una parte considerable, pero no parece que eso vaya contra la verdad de la vida del poeta. Toda su obra está llena de referencias a su sexualidad. Además el asunto está tratado sin caer en excesos. No hay pornografía, ni erotismo. En general el punto de vista del director es bastante neutro, una mirada objetiva que no toma partido. Quizá ese proceder haya molestado a alguno de los amigos del poeta, como Juan Marsé, es decir el distanciamiento con el que están vistas las cosas. La película muestra la hipocresía de aquellos jóvenes cultos y de familia bien que eran antifranquistas en su tiempo libre, comunistas de Bocaccio -aunque al poeta le negasen el ingreso en el partido por su condición sexual- y obreristas de boquilla -como se ve en los tratos coloniales de Gil de Biedma con sus trabajadores filipinos- al mismo tiempo que se aprovechaban económicamente del régimen, gracias a sus negocios y eran protegidos por una extensa red de influencias en caso de peligro si ponían una firma donde no debían. También este segundo aspecto está tratado por Sigfrid Monleón sin cargar las tintas, pero con los suficientes datos como para que el espectador alabore su propio juicio.

Para Gil de Biedma, Carlos Barral y los demás los años del franquismo fueron sus años felices. Eran jóvenes y tenían toda la vida por delante. La mayoría de la población española vivían de otro modo. La gauche divine tenía excelentes ideales, la justicia universal, la humanidad, pero una despreocupación total por la vida real de los hombres comunes. El compromiso, la lucha por una sociedad más justa, era mera palabrería. En eso se parecían a personajes de otro tiempo, como Rafael Alberti -la guerra fue para él la belle époque- y algunos otros intelectuales del tiempo de la Republica, o Torrente Ballester en el otro bando, para quienes la guerra civil también fue su mejor momento.

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